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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

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De Sedimentos y falsos anagramas

Por Lucas Cosci |

La sedimentación es una de las formas de producir sentidos. En la literatura y en el arte hay formaciones que se producen por sedimentos. Uno de esos casos es el libro de Hernán Carbonel. Publicado por editorial La Papa, Sedimentos es uno de esos trabajos en los que el tiempo se constituye en coautor. El título conlleva la idea del paso del tiempo. Se trata de “despojos de una forma de la literatura –comenta el autor–, en este caso; de una literatura ajena, sobre todo”. Pero faltaría agregar que esos “despojos” han decantado como texto por la acción irreversible del tiempo. El río de Heráclito ha sido literalmente un coautor, en la medida en que ese torrente imparable ha llevado adelante parte del trabajo. Ha contribuido a su compilación, a su selección, a su edición y a su compaginación.

La labor imperceptible del tiempo se refleja en las “palabras previas” que relatan que una parte del contenido deriva de un programa de radio que Hernán Carbonel mantenía con Guillermo Valarino y Juan Silveyra, con el nombre de Margaritas a los chanchos. Según refiere el texto, en un momento se les rompieron las computadoras con las que grababan las entrevistas y “perdimos registro de muchas de ellas”. Por consiguiente, se les truncó el proyecto de hacer una edición con ese valioso material. El tiempo había intervenido con su mano corrosiva. Sólo les quedaban “despojos”, como las charlas con Abelardo Castillo y Diego Capusotto. Algo parecido se podría decir de otros materiales, cuya suerte puede ser atribuida a la labor de las aguas que corren sin fin.

Con o sin intención, Carbonel ha utilizado el sistema que él mismo atribuye a Dal Masetto: “ir juntando ideas sueltas, papelitos, hasta que un día todo eso concurra para crear un argumento”. Eso es escribir por sedimentación. El autor parece repetir la fórmula. Este libro es una montaña de valiosos papeles, divisas de un capital intangible, que llegado un momento hubo que volcar sobre la mesa y buscar un esquema con divisiones y subdivisiones para organizar es corpus, ayudado por las intervenciones de aquel rio que nunca moja dos veces.

¿Qué encontrar en este libro? Lo anticipa el mismo texto: son “artículos, entrevistas, reseñas, homenajes, ensayos breves”. Carbonel es escritor y periodista. La voz que habla es la del escritor, pero lo hace con la provisión de sedimentos del oficio de periodista literario experimentado.

Las capas sedimentarias que configuran el texto son cuatro:

“Maestros”, en las que se recupera una suerte de pedagogía literaria a partir de entrevistas, reconstrucciones de entrevistas y notas sobre Gabriel Báñez, Antonio Dal Masetto, y Ricardo Piglia.

“Margaritas a los chanchos”, en la que se reproducen las entrevistas sobrevivientes del programa de radio homónimo: con Abelardo Castillo, Diego Capusotto, María Teresa Andruetto y Juan Forn que –lo digo con profundo pesar– acaba de fallecer mientras escribo esta nota y quedará como un registro más de sus ideas.

“Domingos”, que son las notas publicadas en La Gaceta de Tucumán los días domingos.

“Asociaciones libres”, con dos ensayos muy logrados: uno, en el que se establecen correlaciones entre relatos de Bierce, de Hemingway, y de Borges; y otro, sobre Paul Auster, como una narrativa de identidad y de fuga, acaso el estrato sedimentario mejor logrado –al menos para mi gusto–, en el que Carbonel despliega sus más finas habilidades hermenéuticas. Sin duda, una de las joyas del cofre.

Hay una idea que atraviesa todas las capas sedimentarias. Es la hipótesis pigliana de “La literatura como robo, copia, apropiación, homenaje, plagio. La ficción como cita de la historia, la historia como un montaje de textos en presente continuo; una cita es un nombre falso o una respiración artificial, porque en ese texto respiramos a través de otros, falsamente”. Es esta una hipótesis reveladora de cierto ADN de la literatura argentina. Citas apócrifas, atribuciones erróneas, cambalaches, plagios confesos, pastiches, parecen ser las formas que asume cierta escritura en la Argentina.

El autor nos recuerda que Piglia nos recuerda que nuestra literatura se inicia con una atribución falsa en el encabezado del Facundo: “Sarmiento escribe entonces en francés una cita que atribuye a Fourtol (…) Sarmiento se equivoca. La frase no es de Fourtol, es de Volney. O sea, dice Renzi, que la literatura argentina se inicia con una frase escrita en francés, que es una cita falsa, equivocada. Sarmiento cita mal”, concluye entonces el autor de Respiración artificial.

Piglia pone a prueba una modalidad inédita de crítica literaria en sus novelas, que va a sedimentar en las páginas de Carbonel. No es la crítica en el sentido del canon. Es una crítica fragmentaria, rota, eventual y hasta anecdótica, pero no menos interpelante. Es una forma de revisar la literatura sin salir de la literatura. En este sentido, hay una referencia recurrente al libro “Nombre Falso”, encabezado también por otro epígrafe de atribución falsa. Nombre falso es Emilio Renzi.

Nombre falso –propongo sumar al análisis – también tiene que ver con las palabras P-I-G-L-I-A  y  P-L-A-G-I-O  que, con excepción de una letra, son casi un anagrama, pero incompleto. Porque hay una letra cambiada que lo deja trunco. Es un anagrama imperfecto. La letra cambiada es precisamente la clave. Si no fuese por esa letra estaríamos frente a una réplica gratuita. Pero la letra cambiada es lo que otorga un haber revelador al nombre. Esta inferencia acerca del nombre de Piglia, la podemos extrapolar a toda la literatura: es falsamente anagramática, está escrita con letras preexistentes –textos citados– que se reordenan en un nuevo esquema de sentido. Pero no es lo mismo. Hay una falta, hay una letra cambiada. Una imperfección constitutiva, un fracaso, porque como dice Gabriel Bañez entrevistado por Carbonel, del fracaso surge lo mejor. La literatura se hace de fracasos o, en todo caso, se deja seducir por el fracaso. Ahí está Roberto Arlt con “Escritor fracasado”.

Entonces, si Plagio es un anagrama falso de Piglia, si toda la literatura es falsamente anagramática,  aquí cabe la pregunta más acuciante que se formula en el libro: “¿cuáles son los límites de la intertextualidad? ¿Qué es cita, qué es plagio, qué es alusión, qué es influencia, qué es apropiación, qué es homenaje, qué es pastiche?” Es este un problema central que nos ha dejado la obra de Piglia y que Sedimentos retoma como cuestión irresuelta y vigente, que merece ser pensada. La literatura como falsificación y collage. Ahí están las falsificaciones de Marco Denevi, aquel libro de micro-cuentos que resultan atribuciones falsas no solo de obras de la literatura universal, sino del relato mismo de la historia.

En la entrevista a Dal Masseto hay una frase que reza “Todo lo que yo he escrito, de alguna forma, es autobiográfico”. A lo largo de las capas sedimentarias que constituyen este libro aparece reiterado en algunos pasajes el carácter autobiográfico de la escritura. Así se lo ve en las notas sobre Paul Auster. Pero lo autobiográfico –lejos de todo sentido testimonial– juega como los retazos para un pastiche. Se trata de la recuperación fragmentaria de la experiencia para la argamasa de un texto que asume una identidad diferenciada. Por lo tanto, las referencias autobiográficas quedan subsumidas en una unidad de sentido de otro orden.

Pero además, las notas están atravesadas por la cuestión de la escritura dentro de la escritura. “Una escritura de la cual se puede hablar a través de la escritura. Un mapa, una especie de hoja de ruta, de manual de estilo, como quien va recorriendo un camino y haciendo las pertinentes anotaciones”. Se trata de la “Metatextualidad”, literatura de literatura, la literatura como laboratorio de autorreflexión del escritor, una serpiente que, en vez de morderse la cola, se devora a sí misma y, esa deglución, la transforma. Lo vemos en los autores que son sus referencias: Piglia, Borges, Auster y, en realidad, la mayoría de los que entran y salen del vestíbulo.

Más allá de estas ideas que atraviesan el conjunto de la propuesta, me interesa resaltar algunos fragmentos en especial, que creo que cautivan nuestro interés como lectores.

El primero es una confesión. Es en la entrevista a Abelardo Castillo. El pasaje es el que sigue: “El peor momento de la charla fue cuando lo interrogué sobre El otro judas, El Evangelio según Van Hutten y Sobre las piedras de Jericó, y su tema en común: los rastros de la religión cristiana. “¿Qué hay en usted que lo lleva a abordar este tema?” pregunté. “¿Leíste los tres libros?”, repreguntó Castillo. Silencio. Tres segundos de silencio en radio son una centuria. “El Evangelio según Van Hutten, solamente”, respondí con voz de enano disminuido. El mundo se vino abajo. Y eso que yo ya era enano desde antes. “Entonces es una pregunta que, si hubieras leído los tres libros, te tendría que hacer yo –comenzó Castillo”.

Recupero este pasaje porque la voz que habla ensaya aquí un testimonio de humildad literaria o, cuando menos, de honestidad intelectual, que es infrecuente. No solo reconoció en su momento ante Abelardo Castillo no haber leído los tres libros (lo que ya es un gesto, podría haber mentido para no quedar expuesto), sino que reconoce en el texto de la entrevista haberlo reconocido en su momento. Ese doble reconocimiento –ante Castillo, primero; ante el lector de la entrevista, después– que lo expone en la falta y que se repite en dos pasajes del libro, tramita una credencial que pocos portamos. Para Carbonel importaba más enriquecer la entrevista que salvar el lugar del entrevistador. Un golazo.

El segundo pasaje es la nota “escribir desde el interior”, en el que nos pasea por la voz de reconocidas plumas para presentar las diversas posiciones sobre la cuestión de las posibilidades y límites con que nos topamos los escritores del interior, sin sacar a relucir la propia (que la tiene, obvio), como un presentador que solo quiere que se escuche la voz de los artistas. Me pareció un ejercicio valioso porque ayuda a pensar un problema que en algunos casos es crucial a la hora de pensar la literatura desde los márgenes.

Aparece aquí un abanico muy amplio de posicionamientos que hay que distinguir en medio de los testimonios. Son textos muy personales, y nada declarativos; es necesario entonces inferir en ellos su lugar de enunciación. Escriben siete autores y sus posturas se abren desde el romanticismo por los orígenes hasta el realismo de las oportunidades.

Más allá de las opiniones, resulta del mayor interés como voces de un debate necesario sobre una cuestión nada resuelta. Está claro que no es lo mismo ser escritor en un pueblo del interior que en la Ciudad de Buenos Aires, más allá de qué signifique serlo en cada uno de los ámbitos. Ni es lo mismo ser editor, ni es lo mismo ser crítico. Hay tensiones geoculturales que marcan lugares de enunciación.

Por último, el pasaje titulado “Santos bebedores” imprime una nota de color que vivifica la lectura. Se trata de las historias de aquellos “que perforaron el prejuicio social o la protección de su propia salud para asimilar el hábito de la bebida y volverlo literatura”. Aquí nos encontramos con el infaltable Abelardo Castillo, Bukowski, Hemimgway, y el mítico Dylan Thomas. Carbonel no aprueba ni condena esta práctica (aunque en el título de la nota ya encontramos un guiño sutil); más bien la recupera como parte de las historias que merecen ser narradas.

Hay mucho más en estos Sedimentos. Lo anterior ha sido una visita no guiada por las galerías de este libro, para invitar a una estadía más extendida, que bien lo merece.

Si, como dice Piglia, citado por el Hernán Carbonel de Sedimentos, “el lector ideal es aquel producido por la propia obra”, estamos llamados a decir que este libro produce un lector de un perfil muy definido. No aquel que busca lecturas recreativas, sino alguien que lee para discutir con el texto la literatura misma. En este sentido su lectura es una experiencia que conjuga fruición estética y reflexión.

Escrita, sedimentada y editada desde nuestro interior profundo –Hernán Carbonel es un escritor nacido en el interior de la provincia de Buenos Aires, que ha escrito y difundido su producción desde el interior–, esta obra es una clara muestra de la riqueza cultural que se proyecta desde los márgenes.

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