Por Priscilla Hill |
“Soñaba que nadaba en queso untable”
[…]
“Lo que yo digo es que uno no se puede conformar con lo que hay, con lo puesto, con lo que le ha tocado en suerte, con el reparto de desigualdades”
Lázaro en Cuatro lindos gatitos
“Y maullaré por ti”
La gata bajo la lluvia
El universo de los gatos, por siglos reducido a las enfermedades y supersticiones, tuvo sus celebraciones mágicas en una multiplicidad de soportes y Cuatro Lindos Gatitos es una de sus manifestaciones. Los gatos tienen algo que fascina, aún si el miedo o la idea de que encarnan una forma de poder malicioso rigen ese magnetismo. Un gato no pasa jamás desapercibido porque hay algo en su cuerpo que invita a imaginar qué se esconde detrás de esas siete vidas, siempre en riesgo por una curiosidad peligrosa, como dice el dicho popular, del que reniega uno de los personajes del libro. Todo el mundo sabe que -bien en el fondo- vivir es peligrar y los gatos nos recuerdan a menudo cuánto intentamos olvidar nuestra finitud y cuán frágil es esa ficción.
Ana Coviello escribió un libro de cuentos sobre sus gatos, pero lejos de hacerlos hablar y «darles voz», trabajó durante meses en las modulaciones posibles de gatos diversos en un monoambiente signado por leyes felinas, donde lo humano – como casi nunca sucede- se subordina y observa. También podemos pensar que estamos en presencia de una nouvelle o novela brevísima porque las historias están interconectadas y algunas escenas se repiten en todos o casi todos los relatos, pero desde puntos de vista distintos, volviéndolas frescas y sorpresivas. De esa manera, nos sentimos en presencia de un texto que, como la Rayuela de Cortázar, se puede leer por fuera de las estrictas convenciones de un género u otro. Ahora bien, ¿en quiénes piensa la autora a la hora de la recepción de su obra gatuna? Les lectores imaginades de Cuatro lindos gatitos son les niñes; y, justamente por ello, cualquier lector o lectora con ganas de redescubrir la potencia de un dispositivo artístico diseñado -en principio- para las infancias. ¿O no son las canciones de María Elena Walsh una suerte de patria colectiva, a la manera de Rilke, de quienes aprendimos a imaginar gracias a la sensibilidad de sus melodías, de los paisajes descabellados de sus mundos sin ataduras? La literatura infantil es uno de los terrenos más interesantes en el campo de los estudios literarios y, como los gatos, también fue subestimada por no saber mirarla. O dejarla hablar. Se me ocurre, entonces, que Cuatro lindos gatitos logra subsanar esas dos injusticias, aunque, por fortuna y otras razones, el público de la niñez sea cada vez más voraz y exija cada vez más textos como éste.
Los gatos son sigilosos cuando quieren serlo, pero su existencia está llena de signos, de gatiseñales, que evidencian su paso por el mundo: los pelos en la ropa de su humana y el sillón, los objetos arañados o precipitados súbitamente al vacío desde un estante, los maullidos desde la escalera por un intento fallido de exploración del territorio que – digan lo que digan los papeles- siempre es de los gatos.
Los personajes son Tiki Tiki, Oliverio, Nego o Neguito y Lázaro, el descaderado, que se levanta y anda, como dicen que dijo Dios alguna vez. Cada gato habla desde un lenguaje propio y singular, en un ejercicio narrativo que se despoja de los lugares comunes con que los humanos solemos personificar a los animales. Aquí cada gato es a partir de lo que dice y dice desde lo que es. Estas identidades aparecen no sólo en los monólogos donde cada uno cuenta sus historias, obsesiones y deseos, sino en las categorías de nombramiento con las que se refieren a la humana que a veces es fuente de amor y a veces intrusa: Ella, para Tiki Tiki, el Macho Alfa, La Mamá o Mami, para Neguito, La Vieja o Mi humana, para Oliverio, el sibarita o malcriado, y La Mamita, para Lázaro, el sobreviviente. En estas elecciones nominativas hay mucho de los ánimos y perfiles de estos gatos inolvidables. El monoambiente de la humana que eligió su familia gatuna resulta, de a momentos, un campo minado: la homeopatía como forma de mitigar la neurosis de Tiki Tiki y de la misma mujer que , según las voces felinas, a veces llora y parece vaciarse de felicidad, como todes en esta vida hostil e incomprensible, la comida para cada cuerpo que tiene distintas necesidades, las jornadas de limpieza que devienen en búsqueda de tesoros y así, un viaje donde las cuatro paredes y el edificio se transforman en mundos de aventuras y humor. Si oyéramos las voces que van tramando la historia con los ojos cerrados, las texturas, los olores y todo lo sensorial que el texto despliega serían muy pregnantes. También en ese sentido los relatos tienen mucha fuerza: son para leerlos, pero sería hermoso escucharlos en una ronda, tomando leche con chocolate.
Hay una escena que cada personaje reconstruye desde su experiencia y es increíble y perturbadora: la ofrenda que un día deciden hacer, a pesar de sus diferencias, a la humana que los alberga, en honor a su cumpleaños. Es sabido que los gatos cazan. Cazan por necesidad, pero sobre todo porque pueden hacerlo. Hay algo lúdico en sus garras filosas y algo fatal en el momento justo en el que fijan la vista sobre aquel infortunado ser que se transformará en premio de cacería:
“[…]La Mamá estaba pendiente de la pantalla de su celular. No entendía lo que estaba sucediendo a su alrededor, hasta que pusimos cada cual su murciélago en torno a su cuerpo, sobre las sábanas blancas […] pegó un salto dando un grito, agarró rápidamente un diario y echó los bichos al suelo. Después se subió a la cama y empezó a llorar […] Nunca creí que se lo iba a tomar tan emocional, estábamos fascinados […]
El libro está lleno de momentos insólitos, graciosos y sobresaltados. Les invito a leerlo, sean o no un público gatófilo, sean o no una audiencia infantil. La magia de las voces gatunas va más allá de las preferencias sobre mascotas y de algo tan arbitrario –y limitante, a veces- como la edad de las personas. Junto con “La Chacarera de los gatos”, de M.E. Walsh, “Historias a Fernández” de Ema Wolf y algún que otro capítulo de Tom y Jerry este texto encarna una maravillosa serie de gatos, para leer en instituciones educativas, en un parque bajo la sombra de los árboles, en casa, una tarde de lluvia y en la cama, antes de dormir.
La transformación es otro elemento interesante que encontrarán en Cuatro lindos gatitos y sobre esto y a modo de despedida, les dejo una pregunta/acertijo que es también un convite para la lectura:
Adivina, adivinador, al fin y al cabo, ¿cuántos gatos hay en este enjambre de gatos? ¿contaron bien? ¿están segures?
– MIAU.
Imagen: Andy Warhol

Priscilla Hill nació en Tucumán en 1991. Es Profesora en Letras por la UNT y editora en La Cimarrona Ediciones, editorial independiente y autogestiva que vio la luz en junio de 2017. Es becaria doctoral de CONICET e investiga los cruces entre las literaturas emergentes de Tucumán y las matrices de la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) en espacios educativos de la provincia. Es docente en la Escuela Agricultura y Sacarotecnia de la UNT.
Escribió algunos cuentos cortos y muchos poemas en antologías, ideadas por editores y gestores culturales de Tucumán. Su único libro publicado hasta ahora es ‘Mamá, ¿qué es el miedo?’ (Gato Gordo, 2018) y consiste en tres cuentos breves. Este año saldrá ‘Dárselas con la noche’, un libro de poesía que la hizo padecer y dilatar varios años su publicación. La edición estuvo a cargo de Damián López, de El Andamio Ediciones, editorial sanjuanina que la contactó porque alguien compartió un poema suyo en Facebook.
Usa las redes de manera compulsiva y reniega, en vano, de su condición de millenial. Le gusta el terror en todas sus variantes, como si no bastara con la vida.
Tiene un superpoder muy molesto: pierde colectivos, siempre.