Por Fabricio Jiménez Osorio |
Lo primero: qué loco, una poeta de su edad editada acá, ¿no? (¿Qué es eso de su «edad»? ¿Acaso las editoriales tucumanas a cargo de gente joven solo se ocupan de editar y publicar a autores de su propia generación nada más? ¿Cuánto de cierto y cuánto de prejuicio puede haber alrededor de una idea como esa?)
Me metí en un terreno que no es el mío, y que parece ubicarse, a veces, a kilómetros de mi zona de comodidad: simplemente no tengo idea cómo se hace esto. Ya se lo dije a un montón de gente, incluida a Pri, que es una de las editoras de este libro. Pero no me importa no saber hacerlo (¿en serio que no?, ¿a ver, por qué no?). «La insolada» es tan hermoso, pero tan tan hermoso, que no me importa no saber reseñar poemarios.
«La insolada», de Mary Lobo es inquietante. Me encontré frunciendo el seño mientras lo leía. Me encontré dentro de un lugar extraño, entre bello e incómodo. Me encontré adorando cada universo de sus páginas. Me encontré sosteniendo en mis manos un libro que vibra.
(Se van por ahí, se escapan, son preguntas migrantes: ¿ya no se escribe así? / ¿quiénes más se están dedicando a escribir así aquí? / ¿por qué no escribimos como Mary Lobo en «La insolada», en vez de seguir escribiendo como venimos escribiendo todo lo que escribimos? / ¿pero qué es «escribir así» para vos, después de haber leído el libro?)
Tiene dos partes: la primera se llama Ida, y la segunda se llama Vuelta. Cuando me lo compré no se me ocurrió para nada asociar la palabra ida con el verbo ir, sino con una mujer afectada psicológicamente (¿como consecuencia de una insolación? Sí, esa estupidez pensé antes de entregarme de lleno a la lectura). Y mientras iba finalizando Ida yo ya pensaba en una vuelta. Pero aquí esa Vuelta tampoco es estrictamente algo vinculante al verbo volver como creemos conocerlo.
A este libro, sin más dilatación, lo tiene que estar leyendo todo el mundo. Por ejemplo, todas las escuelas tucumanas, como para empezar. Yo seguro lo hubiera robado de la biblioteca de mi secundario si tuviera ahora, no sé, catorce años, y a los treinta, con varias mudanzas encima, lo seguiría atesorando en mi biblio, como algo a lo que en mi imaginación no hubiera sido nunca tan valorado en la escuela como el valor que yo le di para siempre al robármelo. Es más, a los sesenta y pico presumiría diciéndole a la gente «mirá, esta es la primera edición, la hizo una pequeña editorial independiente que se llamaba La Cimarrona».
El placer de encontrarse en La Insolada con:
Manuel J. Castilla
Octavio Paz
Ariadna Chávez
Mempo Giardinelli
Y, por supuesto, Gabriel Gómez Saavedra
Siendo animales que se curan con el sol no será posible caer donde muere el mundo. Hay agua, agua de mar, olas que salen de entre las hojas de algún libro en medio del caos. Y vestiduras que ya no caben y hacen que sea necesario arrastrar los huesos. Para volver a contemplar la propia muerte, o volver a contemplar mi muerte. El perro. Un camino polvoriento. O el río. Olor a tierra mojada. Los pies descalzos por la calle. El limonero. La abuela. La medida de la soledad. Un tipo muy específico de soledad, entre tantos otros. Sorprende el ocaso, deshace la trama. La consigna es rodear el abismo a partir de la posibilidad del sol y de la sombra.
La Insolada, Mary Lobo (La cimarrona, 2019). Para conseguirlo: instagram.com/lacimarronaediciones
Fabricio Jiménez Osorio nació en 1989, en Santiago del Estero. Publicó los libros Bifurcaciones falaces (Culiquitaca, 2014), Un limbo ideal (Gato Gordo Ediciones, 2015), Boogiepop Phantom (Charqui, 2016), Música porque sí / Los amigos del futuro (Edición de autor, 2018), Querida Ilusión (La Cascotioada, 2019) y Ahora (Edición de autor, 2022). Escribió para Toukouman Literatura, Los Inquilinos, La Cascotiada, Campotraviesa, Muta, Escritores en Marcha, Perfectxs desconocidxs, entre otras. Dirige, desde el 2015, la editorial de narrativa breve Gato Gordo Ediciones.