Entrevista a Aixa Rava, escritora, docente y editora patagónica
Por Diego Puig |
Como un conjuro contra la oscuridad y la aspereza germinal de haber nacido en Tierra del Fuego, los poemas de Aixa Rava se caracterizan por una elegancia y una levedad inusual. Etéreos, diáfanos, su obra es también el resultado de una infancia en los campos del sur de Santa Fe, una mudanza temprana a la meridional Neuquén y su paso por Buenos Aires y Rosario. Pero, si algo la define es el gentilicio patagónica.
Es curioso que, con más de veinte años de un uso prolífico de Internet, Tucumán, todo el norte argentino y la Patagonia se sientan tan lejanos. ¿Cuántos escritores conocemos o hemos leído aquí del sur profundo del país? Hasta el momento de encarar esta entrevista, yo no conocía a ninguna ni a ninguno. Un poco de investigación en el catálogo online de la librería Salvaje Federal y una nota en La Nación a propósito del último libro publicado por Tanta Ceniza Editora –el emprendimiento editorial de Rava– me condujeron a la poeta nacida en 1982.
Docente, editora y escritora, Aixa Rava conversó con La Papa a propósito de su obra, de la influencia del paisaje patagónico en sus poemas, de sus lecturas y sobre las luces y sombras de no ser una misma y única persona. En el video que completa esta nota, su calidez y entusiasmo terminan de dar una idea de este hallazgo de la poesía argentina contemporánea.
¿De qué está hecha tu poesía? ¿Sobre qué es el poema más lindo que escribiste?
De nostalgias y recuerdos, de paisajes y escenas que me quedaron dentro, de lenguajes aprendidos. Mi memoria es muy frágil, soy una persona que olvida mucho en el día a día —por eso hago listas y anoto las cosas que tengo que hacer—, quizás por eso escribo también: para no olvidar lo que quiero que permanezca. Los poemas son buenas cajas de recuerdos.
Creo que elegiría “Nieve”, del libro La luz no se corta como el papel, como el poema más lindo que escribí. Ese texto es una buena muestra de mi poética, habla del recuerdo de la nieve, un recuerdo táctil que despierta otros recuerdos: sonoros, visuales… La nieve delinea un paisaje hostil que se enlaza a su vez a la evocación del calor de hogar, del abrigo y del refugio.
Naciste en Tierra del Fuego, estudiaste y vivís en Neuquén. ¿Te dice algo el título de escritora patagónica? ¿Qué significa para vos, como escritora, la geografía de tu vida? ¿Cómo te relacionás con la noción de “periferia”?
Me dice en la medida en que escribo desde la Patagonia, que es como escribir desde cualquier lado, sólo que con inviernos más fríos, vientos más molestos y veranos, al menos en Neuquén, extremadamente calurosos. De todos modos, creo que me siento más identificada con el gentilicio (patagónica) que con el sustantivo (escritora), pero no por mi hacer en la literatura, sino porque siento que mi cuerpo se halla más en este paisaje —en la Patagonia, aunque haya habitado en otros tiempos otras geografías— que en el oficio. Cuando me preguntan qué soy o a qué me dedico sigo diciendo que soy docente, a veces agrego que soy editora, pero nunca digo “soy escritora”, a lo sumo expreso si la charla lo permite: “y también escribo”. No me relaciono con las nociones centro y periferia, no leo la literatura desde esas categorías y por eso no las uso. Leo autoras y autores, leo experiencias de vida, leo errancias, itinerarios otros… leo “para mirar el mundo desde ojos ajenos” como escribe María Teresa Andruetto en La lectura, otra revolución.
Además de poeta, sos editora y docente. ¿Por qué la mayoría de las mujeres del interior escriben o publican poesía y tan poca narrativa? La proporción es sorprendente. ¿Tenés alguna idea al respecto?
Con toda honestidad, no tengo la menor idea. Tampoco contaba con ese dato cuantitativo, debería investigar al respecto. Las escritoras “del interior” que conozco escriben tanto poesía como narrativa, me relaciono más con compañeras que escriben poesía pero porque es lo que me interesa leer, sobre todo desde que inicié la editorial. Creo que esta respuesta no aporta nada, perdón, pero qué lindo es poder decir “no tengo la menor idea”, soltar el peso del no saber con la misma liviandad con la que una hoja se suelta de la rama y cae sobre la tierra.
¿Cómo es tu relación con Buenos Aires y con la literatura y la poesía que ahí se produce? ¿Creés que hay una diferencia de estilo o estética entre lo que se hace en Buenos Aires y lo que se escribe en la Patagonia?
Viví 5 años en Buenos Aires y aunque escribía desde chica, fue ahí donde empecé a tomarme en serio la escritura, a ir a talleres y clínicas, a mostrar lo que escribía en algunas publicaciones de amigxs, a leer en ciclos de lectura. Pero no creo que haya sido porque estaba en Buenos Aires, porque en Rosario, donde había vivido los 7 años anteriores a mudarme a Capital, también había ciclos de lectura y talleres, al igual que en Neuquén, sólo que yo estaba en otra sintonía, en otro momento de mi vida. En Buenos Aires ocurrió que varias cuestiones personales me llevaron a encontrar un lugarcito dentro del mundillo literario y abracé ese lugar mientras estuve ahí. Hubo algo de azar y algo de necesidad en ese encuentro. No creo que haya una estética o un estilo dado por el lugar, puede que haya temas recurrentes, pero las geografías que habitamos no nos abandonan cuando dejamos de habitarlas. Yo escribí Barda entre Rosario, Neuquén y Buenos Aires, y es el más patagónico de mis libros, si es que le cabe esa etiqueta (que no) y escribí Los sitios de mi cuerpo entre Neuquén y Buenos Aires, un libro en el que la topografía corporal está atravesada por el tiempo y el espacio, un libro en el que se encuentran —por momentos colisionan— todos los paisajes en los que (me de)moré.
Podría decir, de todos modos, que mi poesía es “menos patagónica” en comparación con la de Liliana Ancalao, Silvia Mellado, Viviana Ayilef, Jorge Spíndola, Julio Leite, o con los poemas de Acá es así de Romina Olivero, o algunos poemas de La causa de las cosidas de Carina Rita Medina. Como expresa Luciana Mellado en La Patagonia habitada, “la Patagonia se construye discursivamente… según afiliaciones y tradiciones selectivas diversas (que) en el caso de la Patagonia, exhibe, entre los rasgos relevantes a considerar: la ciudadanía tardía, la periferización, la transnacionalidad, la preexistencia, la pluralidad migratoria y la persistencia de la folklorización”. Todos estos rasgos pueden encontrarse en la escritura de quienes escribimos en Patagonia en mayor o menor medida, pero no sé si hablaría de una estética o un estilo patagónico, como no hablaría de un estilo bonaerense. Le huyo a esas generalizaciones que intentan crear una categoría o una etiqueta.
Fundaste Tanta Ceniza Editora y esto te lo pregunto como editora: ¿qué buscas cuando estás leyendo un manuscrito para decidir si lo publicás o no?
Busco una voz que me interpele, me conmueva, una mirada que me muestre esa parte de la figura que yo no vi. Busco un lenguaje propio, poemas que me hablen de lo que no conozco, de lo que no sé, de lo que me perdí, de lo que podría tener, vivir, sentir. Busco poemas que me lleven de viaje y también poemas que me inviten a quedarme. Leo para comprender y para comprenderme. Si encuentro eso en los textos que recibo, los considero para el catálogo.
¿Cuáles son tus libros de poesía argentina favoritos? ¿Y en narrativa? ¿A qué escritores contemporáneos recomendás leer?
Soy muy mala para este tipo de preguntas, siempre me olvido de algún libro o autor/a. Por supuesto que los libros que venimos editando en Tanta Ceniza forman parte de mis libros favoritos, admiro a cada una de las autoras del catálogo: Carina Sedevich, Melisa Mauriño, Carina Rita Medina, Cecilia Perna, Romina Olivero, Janice Winkler, Lucía Vargas, recomiendo que las lean. Ahora estoy leyendo, de a poco, la poesía reunida de Liliana Lukin, de Glauce Baldovin, Olga Orozco y María Teresa Andruetto, todas enormes escritoras. Leí hace un tiempo Flores para no regar y Triza de Valeria Pariso, que me conmovieron mucho, y estuve también leyendo poemas de Eric Schierloh, Tom Maver, Diego Ravenna y José Sbarra. Releí La cifra y El otro, el mismo, de Borges, hace unos días y volví a fascinarme con su escritura, qué precisión de relojero, qué talento para otorgar a cada palabra el lugar exacto.
¿Compartirías algo tuyo en verso que te guste o te represente bien?
Creo que me representan estos versos que forman parte del poema “De hecho”:
[…]
responsabilidad y una volátil perseverancia
las cuento mías.
Mas ¿de qué sirven si
por rutina me gana el miedo?
[…]
No todos los hombres son El Hombre,
ni soy yo todas las mujeres, de hecho
estoy segura:
no soy
siquiera una.
¿Qué es algo sobre lo que nunca escribirías? ¿Qué es lo más difícil o lo que más te costó escribir y por qué?
Creo que no podría escribir sobre la maternidad, quizás sí sobre la no maternidad, pero de todos modos ese tema es una especie de bosque impenetrable para mí. La escritura es una construcción en la que lo verdadero y lo ficcional se enlazan, un proceso en el que la investigación, la exploración, la búsqueda son fundamentales, además del entusiasmo o la motivación en la tarea en sí. En ese recorrido de la escritura vamos conociendo nuestros propios intereses y también nuestras limitaciones, que por supuesto pueden cambiar. Yo solía escribir cuentos hasta hace algunos años, hoy me siento totalmente fuera de la construcción narrativa, puedo construir una voz poética, pero no creo poder construir un personaje. Puede que tenga que ver con una falta de ejercicio de la escritura en ese sentido, con esa finalidad, no soy rigurosa con la escritura, no tengo horarios ni me pongo planes, la escritura literaria no es una rutina en mi vida. Escribo mucho por temporadas, entre muchas temporadas de no escritura. Por eso pienso que, por ejemplo, tampoco podría escribir una novela, más allá de que es un género que no me interesa escribir, francamente siento que no podría sostener un proceso de esas características, que me excedería. No obstante, como nada es imperturbable en esta vida, puede que en otro momento mi respuesta sea otra.
¿Qué es lo más hermoso que leíste en tu vida?
Como en la pregunta sobre autoras y autores favoritxs, esta pregunta tendrá siempre diferentes respuestas, porque no leo con los mismos ojos, y el mismo texto se vuelve otro en cada lectura, y porque además tengo muy mala memoria, como ya dije, y sé que he leído muchos versos, párrafos, libros hermosos que hoy no recuerdo. Pero sí recuerdo estos versos del monólogo del perro del libro La bestia ser, de Susana Villalba, que me parecen hermosos: “como mariposas / las hojas amarillas / revolotean // salto / corro / hasta alcanzarlas // paso la lengua / por su papel áspero / siento el mensaje / del árbol: // enamorarse es caer / y que parezca un vuelo”.
Como docente, ¿qué es lo más importante que hay que enseñar?
La voluntad, el compromiso y la motivación de seguir aprendiendo, es decir, hay que enseñar a aprender, diferentes formas de aprender y de transmitir/compartir eso que se aprende. Aprender y enseñar, construir el saber con otres es una forma de conectarnos y crecer en comunidad, de armar red, algo que la situación actual vuelve más difícil. Creo que es necesario que enseñemos a vivir más conectados con nosotros mismos y con quienes nos rodean, a registrar cómo está nuestra mente, nuestro cuerpo, más que contenidos y datos, enseñar formas de afrontar diferentes situaciones. La literatura es buena maestra en este sentido, en ella podemos encontrar lo propio en lo ajeno, la experiencia de un otrx que deviene en experiencia colectiva.
¿Qué hay de tu nombre, Aixa Rava, en tu escritura?
Hay una parte, o debería decir, muchas partes, pero no todas. Aixa Rava es dos partes de Aixa Verónica Rava, y a su vez, Verónica es una parte que no vale menos que las otras dos, y vuelvo al poema cuyos versos copié en respuesta a otra pregunta: no soy siquiera una. Hay esa falta y esa sobra en mi escritura.
Entrevista completa en el Canal de YouTube de La Papa Revista
Aixa Rava (Tierra del Fuego, 1982). Docente, escritora y editora. Dirige el sello editorial de libros ilustrados Tanta Ceniza Editora. Publicó Barda (Buenos Aires Poetry, 2014), La luz no se corta como el papel (Ediciones con doble zeta, 2016), Los sitios de mi cuerpo (Añosluz Editora, 2019) y En el patio crece una planta rosario (Qeja Ediciones, 2021). Participó de las antologías Rumiar. Volumen I (Rumiar Editorial, 2018), Poesía Añosluz (Añosluz Editora, 2020), Poesía Neuquén (Honorable Legislatura del Neuquén, 2020) y Camellia. Mujeres que toman té (Tanta Ceniza Editora, 2021).
Fotografía de portada: Adolfo Rozenfeld
Nació en Tucumán en 1982, pero se siente más o menos tucumano porque vivió gran parte de su vida fuera de la provincia. Es autor de la novelas Nadar sin luz (Ed. Milena Caserola, 2013) e It girl (Gerania Editora, 2020) y de los libros de cuentos Vírgenes infinitas (Ed. Mulita, 2018) y El problema de la luz (Gerania Editora, 2022). Actualmente sus escritores favoritos incluyen a Jhumpa Lahiri, John Cheever, Federico Falco, María Gainza, Rafael Pinedo, Hebe Uhart, Fogwill, Mavis Gallant, Lucia Berlin y Magalí Etchebarne. Dicta talleres de escritura y de lectura (con ¿excesivo? entusiasmo) online.