Entrevista a Aníbal Costilla
Por Felipe Quiroga |
Después de incursionar en la narrativa con su primera novela, Combi (La Papa Editorial, 2023), el escritor santiagueño Aníbal Costilla vuelve a la poesía con Las semillas (Salta el Pez Ediciones, 2025). En esta entrevista, entre imágenes y reflexiones, nos cuenta del proceso creativo que atravesó con su libro más reciente, y nos habla de la importancia del tiempo y la memoria en su escritura.
-¿Sentís que tu paso por la narrativa te ha modificado en algo tu forma de leer, escribir y sentir la poesía? ¿Al momento de corregir Las semillas previo a su publicación apareció o viste algo distinto que podrías relacionar con tu experiencia escribiendo narrativa?
Es cierto que antes de la publicación de este libro de poemas, Las semillas, había trabajado y publicado un libro de narrativa, mi primera novela, Combi, libro que ya casi alcanza a agotar su primera reimpresión al día de hoy, circunstancia por lo demás muy satisfactoria para mí como así también para los editores. Que una novela de un escritor del norte de Argentina, de una editorial independiente, se venda y se lea, es un gran logro y un gran incentivo, además, para mí como escritor, sobre todo. No creo que este paso de la poesía a la narrativa haya modificado mi relación con la primera. A diario leo y escribo poesía; no podría estar un solo día sin pensar al menos en versos, ideas de poemas, poemas que de una u otra manera se relacionan con mi forma de pensar cómo pueden o deben ser los libros de poemas: con la idea de conjunto siempre como rumbo para cualquier proyecto de escritura en ese sentido.
Cuando corregí Las semillas lo hice bajo la mirada crítica y abarcadora del poeta, y mi maestro, Jotaele Andrade, con quien trabajé el libro un par de días hasta un poco antes de enviarlo (el último día en que cerraba) al Concurso Anual de la Fundación Argentina para la Poesía, edición 2021, donde obtuvo el primer premio. El libro fue escrito entre 2019 y 2020. Luego, antes de la publicación volví a leerlo junto a Alan Talevi, editor de Salta el Pez Ediciones, y con él pude terminar de cerrar algunos puntos de indecisión del libro en general. Fue más bien un trabajo de pulido final: modificar unos versos, quitar unos poemas, reescribir una frase, etc. Ese trabajo fue más quirúrgico, ya que fui directo al hueso –al decir de Jotaele–. En cambio, con la novela experimenté otro proceso muy distinto. En principio trabajé la escritura junto a Martín Sancia Kawamichi, gran escritor argentino. Al mismo tiempo, corregía en los días previos al encuentro con él, como asimismo durante el trabajo de clínica. Fue una experiencia muy enriquecedora. Martín es un gran maestro de la narrativa, pero también de la poesía, así que los dos géneros están –de algún modo– presentes en el trabajo de la novela, aunque he intentado de que no se notara demasiado, con lo que tuve que tomar alguna distancia de la poesía durante la escritura del texto, aunque siempre me resultara complicado. Siempre aparecía su influencia, su influjo se derramaba en la escritura. Luego vino el trabajo con Pablo Donzelli, editor de La Papa, y fue él quien terminó de revisar algunas cuestiones técnicas de la novela, hasta que logramos la versión final del libro. Válido es decir que hasta hoy encontramos algunos detalles que serán subsanados en las posteriores reimpresiones que se lleven a cabo. De igual manera, quiero destacar que el trabajo de edición realizado por La Papa Editorial es profundamente certero y su compromiso con la literatura regional es de una amplitud imprescindible, más en estos tiempos de dificultades por las que atraviesan todos los sectores, y más el del libro en gran parte del país.
-La imagen de la semilla encierra a la vez esa idea de promesa y de fragilidad, algo entre «lo efímero y lo permanente», tal como se menciona en la contratapa de tu libro. ¿Creés que la poesía es un intento de fijar lo que inevitablemente se pierde o, por el contrario, de aceptar la transformación? ¿Cómo vinculás estas ideas con tu forma de entender el tiempo y la memoria? ¿Cómo definirías tu búsqueda con la poesía en ese sentido y en relación con los poemas que conforman «Las semillas»?
Ya se han ensayado, a lo largo del tiempo, innumerables maneras de definir la poesía y su objetivo. No haré eso aquí; una, porque conozco mis limitaciones al respecto, no soy un teórico y, otra, porque quizás podría definir de manera repetitiva lo que otros ya dijeron de la mejor manera posible. Soy respetuoso de la tradición, pero como dice Santiago Sylvester en “Sobre la forma poética”, me cuido de los tradicionalistas. Creo que se refería a un concepto de Camus cuando habla de la importancia de aquella. En ese sentido, mi recorrido por la poesía es de avance, tanteando en la neblina del género, el camino hasta la salida más amplia. Es necesario aceptar la transformación, pero conscientes de que en ese proceso algo queda afuera, algo siempre pierde quien intenta ver lo que nunca podrá plasmar en toda plenitud. El arte es tomar caminos diferentes, mirar con el rabillo del ojo y gozar esa mínima experiencia vital como lo más trascendente que podría ocurrirle a alguien antes del fin –si es que hay uno–.
La memoria es fundamental para las personas en general, pero más para el poeta, ya que es materia de su trabajo, muchas veces o casi siempre. Hay quienes se dedican a construir casas guiados por la exactitud de los planos, confiados en los materiales elegidos y usando la fuerza para tal empresa. Esa es una tarea de precisión que no admite el error, porque de esa ausencia depende la existencia. Hay otros, los poetas, que sólo pueden crear su obra con una materia mucho más mutable y sensible que, con la elección de las palabras precisas, le darán una forma y vida al poema, siempre pasible de empantanarse en su tránsito, aunque de seguro haya un punto de llegada, por más infortunada que esta pueda resultar. Hay un goce en ese tránsito y, para muchos, ese sentimiento es lo que uno experimenta cuando uno lee o escucha un poema. Es una tarea de sensibilidad, es lo que sobrevive en nosotros mientras transitamos el hecho poético.
Por otro lado, lo mismo ocurre con el tiempo, con su idea, su definición. Podría repetir muchas maneras o ensayos de definición, y quizás todas estarán en lo cierto o todas fueran simples equivocaciones. Ya lo dijo San Agustín, y Borges usó las palabras para hacerlas suyas; yo sigo ese camino. Sin embargo, me gusta ver pasar el tiempo, como un anciano que mira para atrás, que sabe que ha vivido y recuerda. La muerte es sólo un paso más sobre el suelo por el cual ha caminado muchas mañanas, donde ha sentido el sol quemar su piel, y donde sus ojos han mirado con el mismo miedo el dolor de saber que un día no volverá a ver aquello que hoy ve. En ese tránsito está el poder de su voluntad, la fuerza que lo impulsa a dar los nuevos pasos, aunque sean los últimos.
Los poemas que conforman Las semillas son simples como estas, no buscan el resplandor, buscan la tierra fértil, el lugar adecuado para germinar, para abrirse paso. Hay en cada poema, una luz que es propicia, porque uno ha mirado y sentido en sí, la potencia de algo maravilloso. El poema, aquí, es sólo eso, una semilla, y la esperanza del agua: el surco la recibe y todo lo demás es literatura (Verlaine).
-Por el proceso de corrección y edición, podría decirse que es un libro que ha pasado por muchas miradas antes de su publicación. ¿Cómo influye ese proceso en la identidad del texto? ¿Qué tan permeable sos a la edición y la corrección ajena? ¿En qué momento sentís que un poema está terminado?
Ahora, en este momento, recuerdo unos versos de Juarroz que dicen: “¿Qué puede escuchar un oído/ cuando se apoya en otro oído?”. Me parece que esa es una clave para entender este proceso por el que este libro atravesó. Fue leído y escuchado por varias personas. Eso lo enriqueció, porque se apoyó en algo resistente, en algo concreto, duradero. Cuando varias personas se confunden en una, dan forma a una unidad, a una consustanciación –para usar un término de raíz latina- que les permite estar ligadas de algún modo. Eso ocurre con las religiones, por qué no habría de ocurrir con las ideas poéticas.
Creo que el libro tiene una identidad, desde recién nacido ya tuvo sus propios rasgos y personalidad; la mirada atenta y edificante de los demás, le moldeó su adultez, pero no su esencia. Las semillas es un libro de esencias, de clara identidad nostálgica, ligada a una lírica especial que se asienta en un existencialismo globalizante, también nostálgico, como se dice en la contratapa, y eso yo no lo hubiera podido expresar de mejor forma.
A mi modo de ver, un poema está terminado cuando todos pueden ver y oír lo mismo mientras este se pone en movimiento. Aunque el vocablo “terminado” me resulta chocante por su idea de finalización y de algo agotado, siempre estamos al borde de la aniquilación cuando corregimos, cortamos, modificamos un texto poético.
-Editaste Las semillas con Salta el Pez, una editorial de Buenos Aires. Pienso que tal vez haya muchos poetas y escritores del interior que enfrentan el dilema de buscar mayor visibilidad publicando en editoriales de las grandes ciudades sin dejar de sentirse parte de su propio territorio. ¿Cómo vivís esa tensión entre la pertenencia a un lugar y la necesidad de ampliar la llegada de tu obra? ¿Cómo ves el panorama editorial en el NOA y las oportunidades que ofrece actualmente a los escritores de este región?
Siempre dije que yo soy un escritor del monte, y eso es verdad. Vivo en una zona muy rural (ahora no tanto) con muchísimas limitaciones, y las culturales son una de las más importantes, sobre todo para alguien que desea convertirse en escritor. Vivo al norte de la provincia de Santiago del Estero, en el límite con Tucumán y Salta, y eso me imposibilitó acceder a información, formación, experiencias de grupo y pertenencia a grupos culturales o de escritores, lo que me hubiera permitido una mejor y más profunda conexión con los circuitos por donde circulaba y circula la literatura, tanto regional como nacional en general. Nadie desconoce que Buenos Aires es la capital cultural del país, sería ingenuo querer apartarnos de esa realidad. Por lo tanto, siempre he tenido comunicación con escritores, editores, revistas, etc. de allí. De todos modos, traté siempre de vincularme con el quehacer literario provincial y acceder a los clásicos santiagueños y regionales, sin descuidar mi propósito: trascender el propio espacio. Sé que pertenezco a este lugar por nacimiento, pero también considero que esto puede ser transitorio; a veces esa famosa frase de Jesucristo (creo que está en San Lucas) de que nadie es profeta en su tierra, es lo que me mantuvo siempre atento a tener listo los bártulos, como dice una amiga mojeneña.
Aquí me gustaría resaltar el trabajo que llevan adelante los editores de Salta el Pez Ediciones; un trabajo serio, comprometido con la obra y con el autor, que buscan la calidad por sobre todas las cosas y definen (y defienden, estoy más que seguro) un proyecto editorial que ponga en valor el libro sin importar el lugar de procedencia y sí su legitimidad como creación literaria que necesita darse a conocer y que circule de manera confiable e inagotable.
Ahora bien, en el último tiempo se evidencia un gran y alentador crecimiento de editoriales independientes en la región. Ello es importante porque auspicia la aparición de nuevas obras y el rescate necesario de otras que están descatalogadas o en el olvido. Esta región es rica en autores, pero carece de editoriales que se sostengan en el tiempo. Quizás si las Universidades empezaran a darle más lugar a la literatura el panorama podría ser más auspicioso. Lo lamentable de todo es que algunas editoriales caen en el amiguismo y publican obras de baja calidad, adefesios literarios que más que realzar la excelencia socavan el prestigio literario que tradicionalmente tenían los escritores en esta parte del país.
Pero no todo es desalentador en estos tiempos de gobiernos nacionales que arrasan con lo conseguido hasta ahora en materia cultural, de vez en cuando aparece una luz al final del camino, y hacia ella vamos como si fuéramos hacia la salvación, por más momentánea que fuere.
-¿Podrías compartirnos alguno de tus poemas favoritos de Las semillas o alguno de los más representativos? Contanos por qué lo elegís.
Elijo este poema porque creo que aporta una idea definida del contenido del libro, si bien cada poema tiene su propia identidad, todos conforman un conjunto insoslayable.
Las semillas
El anciano, aplastado por pensamientos de ayer,
asume la postura de un refucilo
sin estruendo. La cabellera blanca
es una luz que se cimbra
en el aire. Sus manos aprietan la azada:
muerde la tierra y levanta terrones, caen
al costado, se desmoronan, como un montículo
de hormiguero bajo el esmeril de la lluvia.
La tierra no pesa, es semilla,
espera el calor de la siembra, la posibilidad
de merecer la belleza del fruto.
La mano toca la humedad de los surcos,
deposita las cápsulas que multiplicarán
la subterránea energía de las partículas.
La inminencia del origen se anticipa
en las gotas de sudor del rostro,
y mojan el vientre caudaloso de las grietas,
como una raya de luz, dibujada
por la mano de un niño ciego.
El anciano escucha el sonido del mundo,
intuye que la esperanza no es vana,
gira un temblor en sus piernas de siglos,
y cree, asume las mutaciones en el oro
de sus risas, y espera. El polvo de su cuerpo
lo hunde, como una semilla o una raíz.
Aníbal Costilla nació en El Mojón, Dpto. Pellegrini, Santiago del Estero, Argentina, en 1980. Es escritor y docente. Escribe poesía y cuento. Ha publicado los libros de poesías “Mojonerías” (2008), “Historia del Vacío” (2009), “El árbol de los pájaros secos” (2011), “Los días solitarios” (Subsec. de Cultura de Santiago del Estero, 2016) y “De este lado del río” (Equinoxio, 2018), “Memoria del canto” (Camelot América, 2018), Colección “2 Poemas” (Ed. Arroyo, 2018), “Dejarse llevar” (Niña Pez Ediciones, 2019), “Esto parece eterno” (Caleta Olivia, Rangún, 2019). Fue incorporado a la “Antología de Poetas Santiagueños” de Alfonso Nassif (2013). Integra la “Antología Federal de Poesía, Región Noroeste” del Consejo Federal de Inversiones (2017). Publicó textos en diferentes revistas literarias y en los diarios El Liberal y Nuevo Diario (Santiago del Estero, Argentina). Se encuentran en prensa los libros de poemas “El paraíso podría esperar” (Camelot América) y “La urdimbre del miedo” (Buenos Aires Poetry).-

Nació en 1985 en San Miguel de Tucumán. Es licenciado en Comunicación Social y máster en Periodismo. Con sus relatos participó en las antologías Umbrales y crepúsculos (2015), 5×5 (2016), Les inquilines (2021) y La casa de los enanos (2021), entre otras. Es autor del libro de cuentos El ruido que hacen los loros (2022) y de la novela Chikito (2023).