Por Diego Puig |
No podría interesarme menos la vida de mis autores favoritos. Las tres biografías de Marcel Proust que leí fueron medio un embole, pero no por culpa de los autores. Lo mismo podría decir de Rafael Pinedo o de John Cheever. María Moreno y María Gainza hicieron alta literatura con sus vidas, pero es la técnica y su lucidez lo que más me impresiona. En Tucumán tenemos la suprema dicha de ser contemporáneos de una de las dos leyendas vivas de la poesía argentina. Diana Bellesi vive entre Zavalla (Santa Fe) y la Ciudad de Buenos Aires. Inés Aráoz vive en la Casa Barco, aquisito nomás, en el mismo San Miguel de Tucumán.
Conocí a Bellessi en Chaco antes que a Inés. A las dos las conocí recién el año pasado y voy a recordar siempre esos encuentros como puntos de inflexión en mi vida. Este no es un texto sobre poesía ni sobre obras poéticas. Es un intento de poner en juego la experiencia de conocer la magnífica presencia de una de las glorias de la literatura argentina contemporánea. Y por presencia me refiero a cómo un cuerpo puede transmitir la literatura, su genialidad y muchas lecciones importantes a los cuerpos de escritores aspirando a ese nivel de excelencia.
Busco contratar un DJ para mi fiesta de cumpleaños. A las dos primeras opciones les cuento que quiero que pasen cachengue (Karol G, Maluma, Emilia, Los Ángeles Azules y María Becerra) y cuartetos de ahora (Luck Ra), más un breve segmento de Gary, Sebastián y Kalama. Los dos me dicen que ellos no pasan esa música. Y me pregunto, ¿qué hace que jóvenes DJs no puedan conectar con la magia de la música mainstream, comercial y masiva, con su alegría y relevancia actual? Es una fiesta de cumpleaños nomás. Me pregunto qué será ser DJ para ellos.
El martes 27 de agosto, en el Centro Cultural Virla, una multitud se acercó a celebrar la reedición de la obra reunida de Inés Aráoz (En la Casa-Barco, Obra reunida. Edunt, 2019 y 2024). El evento —con puesta escénica de Nicolás Aráoz y la participación de Soledad Martínez Zuccardi y del poeta Javier Foguet— se centró en la lectura que la misma Inés hizo de algunos de sus poemas. Por momentos la acompañó el sonido de un cuenco tibetano, ejecutado por Gustavo Escalante, y a otro poema le puso el cuerpo la expresividad de Antonella Mazziotti (unos dedos largos, bellísimos que vimos hasta sentados en las últimas filas). Inés lee con una voz grave y cadenciosa, que no se parece en nada a la manera melancólica o melodramática con la que los poetas suelen leer poesía. Marca las erres y la tonada tucumana con levedad, una justa sutileza. Pero lo que más me emociona de Inés cada vez que la veo —además de su lectura y sus poemas— es su manejo del cuerpo. Tiene una gracia, una elegancia en la forma amable y abierta que ocupa el espacio. Seguro será (o tal vez ya sea) un personaje en mi literatura, alguna mujer que tan desinteresadamente irrumpe en el tiempo-espacio de una comunidad y de tan grande se desborda, casi líquida o gaseosa, conquistando su entorno con algo que es bello y también esencial. Inés esperó tranquila a que el cuenco cumpliera con sus últimos sonidos y giró apenas: le sonrío a Escalante. Lo mismo hizo, con la exacta misma amabilidad, cuando Mazziotti concluyó su danza. ¿Quién sonríe hoy así? ¿Quién agradece así entre mis pares? ¿Quién cultiva hoy esa grandeza para acariciar al otro con tanto cuerpo, tanta gracia y tanta literatura?
No sé calcular multitudes, pero éramos muchos. Sin embargo, casi no vi ningún escritor local de menos de 40 años. Contados con los dedos de la mano eran los representantes de la nueva literatura tucumana presentes. ¿Dónde estaban los jóvenes poetas, las futuras glorias de nuestra literatura? Salvo por Sofía de la Vega y Ezequiel Nacusse, los jovencísimos escritores tucumanos que reunieron la obra de Inés en este libro, no vi a la literatura joven y potente de Tucumán decir aquí estamos.
Inés, al igual que Diana Bellessi, cuando te conoce te hace preguntas a vos antes que hablar de ella. Los grandes, los verdaderamente grandes de espíritu, condición fundamental para la buena literatura, tienen curiosidad por los otros y por el mundo. No creen que su yo, que sus penurias, emociones y experiencias son más importantes que las del resto. Y tal vez porque, ya familiarizadas con ellas mismas, prefieren descubrir lo que no conocen, revelar lo otro para seguir construyéndose y avanzar su genialidad y su poética.
Inés y su Casa-Barco son el receptáculo de innumerables momentos y experiencias con poetas, escritores y artistas. Legendarias son las anécdotas. Todo el que alguna vez golpeó la puerta de su casa, recibió el cariño y la atención de la más grande poeta tucumana viva y, digamos todo, una gloria de la Argentina. En una línea memorable que me acompaña siempre, Jhumpa Lahiri escribe en Tierra desacostumbrada: “Su esposa no estaba hecha para vivir sola, de la misma manera que la gloria de la mañana no está destinada a crecer a la sombra.” La gloria de la mañana, la planta con esas campanitas violetas, es la gloria de un jardín. Y es también otra manera de decir Inés Araóz.
Generosidad y curiosidad son dos caras de una misma moneda: la curiosidad es una forma de generosidad, la del interés por el otro. Y la generosidad es una forma de curiosidad: ¿qué pasa si pongo mi cuerpo, mi talento, mi tiempo, mis ganas al servicio de algo más grande que yo, o mi autopercibida genialidad, para hacer algo al servicio de los demás? Eso es lo que podría llamarse, para mí, hambre de gloría, grandeza de espíritu, la épica necesaria para vivir con plenitud.
Pienso en la cantidad de fotos que se ven en redes sociales de viajes y de artistas en muestras y congresos en Buenos Aires y otras capitales del país. Pero, no encuentro épica mayor que conocer a Inés —conocerla no como amigos, conocerla a secas—, ir a una de sus lecturas, pasar por la puerta de su casa y decir, “Aquí vive la legendaria poeta tucumana, ojalá justo salga y pueda cuanto menos saludarla, darle un abrazo, otro más, en gratitud por los versos que nos ha dado”. Algo de la genialidad de la poesía de Inés, estoy seguro, tiene que ver con esos versos que a uno le quedan pegados en la memoria y después los usa para la vida cotidiana. Cuando saco pasear a mi perra le digo:
¡Corra, pequeña, corra! Usted tiene que correr
Usted es el caballo que mis textos avizoran
También puedo adaptar jocosamente el gran comienzo de Pensando en la poesía para llamar a que la Pixie termine sus huelgas de hambre porque hoy no toca pollo: “¡Coma, pequeña, coma! Usted tiene que comer/ Usted es la zorrita que mis textos avizoran”.
Cuando escuché el verso “las briznas de las cañas volanderas” en el cierre del Festival Fideo del año pasado caí rendido de amor como la vez que vi a mi primer novio y a mi pregunta respondió que tenía las manos secas —era dermatólogo— porque de chiquito se rascaba mucho.
Espero que a Inés no le molesten los usos que hago de su poesía, pero según tengo entendido, su curiosidad y su generosidad tienen como blanco muy seguido, a los jóvenes. Ella no hace docencia, no en el sentido catedrático, sino con el ejemplo, que le resulta natural. Y con ese entusiasmo vital que es presencia física y poética.
Después de la presentación en el Virla, con unos amigos escritores fuimos a Café de París y hablamos de Inés y hablamos de Roger Federer. Incluso Roger no nació el gran gentleman (humano y deportivo) que todos amamos. Fue un proceso de aprendizaje, de corajuda decisión, de superación y de ambición que solo la verdadera grandeza —con algo se nace, por supuesto— puede convertir un cuerpo, un talento o una producción propia en gloria, o en estado de gracia, para uno mismo y para los demás.
Inés muestra. Inés pregunta. Inés escribe. Y dice:
No es poeta el que escribe mucho
Ni el que escribe bien
Poeta es el compartidor de aguas
Es el transido
El que recibe las descargas
Campo minado es la poesía
De máxima tensión
Corra, usted, pequeña, corra usted en los poetas
¡Sea la luz en el correr!
Compartimos las palabras de Sofía de la Vega y Ezequiel Nacusse (prologuistas y encargados del cuidado editorial de En la Casa-Barco, obra reunida de Inés Aráoz), durante la presentación el pasado 27 de agosto de 2024:
Sofía de la Vega:
Antes que nada, quería agradecer a la querida Soledad Martínez Zuccardi por invitarme a estar de alguna forma presente y reconocer mi trabajo en En la Casa-Barco. Obra reunida de Inés Aráoz. También agradecer a la Universidad Nacional de Tucumán que en un contexto tan crítico sigue cuidando la cultura tucumana y difundiéndola.
Ser joven, un poco imprudente, carecer de ciertas solemnidades es fantástico, eso me permitió hacerme otras amigas jóvenes, desobedientes, divertidas como Inés Aráoz. Así conocí a Inés, con un chiste, y rápidamente me invitó a su casa y empezó nuestra relación. Cada vez que la visitaba notaba que no solo conocía cada vez un poco más a Inés y a sus poemas, sino a toda una comunidad. Inés es habitada, en ella viven comunidades de hombres, mujeres, plantas, animales, piedras. Es muy difícil encontrar un poema donde la sola presencia de Inés gobierne el poema porque ella se comparte, es generosa y quiere estar con otros. Por eso siempre sentí que todos esos otros que aparecen en sus poemas tenían que estar amontonaditos como vivimos en Tucumán, juntos para que esa comunidad dialogara y futuros lectores tuvieran la oportunidad de entrar más fácilmente en esta Casa-Barco.
Inés fue criada con muchos hermanos y pasó largas temporadas en el campo, acaso eso dio lugar a la mirada comunitaria que no sólo aplica a su poesía sino también a su vida. Ya en otras ocasiones describí su casa, un largo pasillo lleno de plantas selváticas donde galgos “custodian” grácilmente la entrada, mientras atrás una jaula magnífica, enorme, es habitada por papagayos. Todo conforma un ecosistema perfecto. La casa de Inés es chiquita y modesta, llena de recuerdos y objetos. Una de las veces que la visité me dijo que las casas para ella siempre tienen que ser pequeñas y el jardín debe ocupar más espacio como si la casa fuera un elemento más del paisaje. De la misma manera Inés escribe, no se impone sobre el paisaje, sobre el otro, sino que se funde en él. Espero que los nuevos lectores de En la Casa-Barco se puedan fundir también en esta obra excepcional y que Inés nos siga abriendo la puerta de su casa.
Gracias.
Ezequiel Nacusse:
No sólo leo la poesía de Inés, sino que la toco. Hundo mis manos en ella y salen mojadas. Agüita, poesía que se toma. Agua dulce, poesía gentil. En las palabras de Inés, en esos poemas que hablan con justeza ¿cómo decirlo? de lo que no pudo ser de otra manera, encuentro siempre, una y otra vez, el mismo tesoro. No es mi deber revelar cuál es ese tesoro, pero puedo contar de qué se trata: la poesía de Inés Aráoz es un barco tirado por caballos que ruge a toda velocidad con el viento, que golpea contra las olas del mar, que duerme en la noche a la deriva y goza tanto de la calma, la espera y el camino, como de la tormenta y del naufragio.
Revelación: hundo mis manos en el poema y saco los tesoros del naufragio: palabras. ¿Qué más puedo pedir? La guía de la Araucaria, el bochinche de los galgos, una vieja amiga con historias fantásticas, y el piso que parece un mar en el que nos hundimos, ella y yo, hablando.
Ineska, te llamaron
Poesía, nada más.
Foto de Inés Aráoz: Nicolás Aráoz
Nació en Tucumán en 1982, pero se siente más o menos tucumano porque vivió gran parte de su vida fuera de la provincia. Es autor de la novelas Nadar sin luz (Ed. Milena Caserola, 2013) e It girl (Gerania Editora, 2020) y de los libros de cuentos Vírgenes infinitas (Ed. Mulita, 2018) y El problema de la luz (Gerania Editora, 2022). Actualmente sus escritores favoritos incluyen a Jhumpa Lahiri, John Cheever, Federico Falco, María Gainza, Rafael Pinedo, Hebe Uhart, Fogwill, Mavis Gallant, Lucia Berlin y Magalí Etchebarne. Dicta talleres de escritura y de lectura (con ¿excesivo? entusiasmo) online.