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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

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Microrrelatos -Mujeres al borde de un ataque de nervios-

Selección a cargo de Mónica Cazón |

«Humor es posiblemente una palabra; la uso constantemente. Estoy loco por ella y algún día averiguaré su significado».

Groucho Marx

Estos excéntricos tiempos de dolor, incertidumbre y miedo solo podrán ser derrotados con humor, paciencia y solidaridad, esperemos.

Oficialmente hemos comenzado una nueva normalidad marcada por el uso de las mascarillas y de los geles desinfectantes. Este nuevo estado tiene repercusión en memes y lecturas que han pasado de centrarse totalmente en el coronavirus para retomar otras temáticas, eso sí, con el mismo punto de humor de siempre.

El humor sigue teniendo una connotación negativa aún en los cenáculos intelectuales más progresistas. La semana pasada leí con estupor y no sin cierta gracia que el uso de la imagen de un murciélago en la tapa de un libro había desatado una polémica. Y vuelvo entonces sobre lo irrisorio. Hay algo de insignificante en el humor. Esa clase de insignificancia que puede poner al mundo patas para arriba.

Solo el humor puede gritarnos la verdad a la cara y dejarnos temblando de risa. No por nada Wittgenstein llegó a opinar que se podía escribir un libro filosófico enteramente compuesto de chistes. Sobre lo que no se puede hablar, siempre está bien callar. Pero puede uno también reírse al respecto.

¿Lo intentamos?  Aquí Las señoras al borde de un ataque de nervios:

GABRIELA PALAZZO

Sin preámbulos

Nos, las representantes de una generación nominada con equis, reunidas en colapso general constituyente por necesidad y urgencia de la libertad que nos compone, en cumplimiento de multifunciones coexistentes, con el objeto de: constituir  la unión familiar, afianzar la crianza, consolidar la paz interior, proveer a la despensa común, promover el bienestar hormonal, asegurar el puesto laboral para nosotras, para nuestra salud mental y para todas las mujeres del orbe que sobreviven al mundo en pandemia viva: reclamamos, resguardamos y sostenemos la trinchera de la ilusión

Inevitable

Sintió su cercanía durante todo el día: a la mañana fue más leve, pero con el correr de las horas se fue acentuando la obviedad de su presencia muda, creciente, visible si ella lo deseaba. Intentó distraerse con los asuntos cotidianos, olvidarse de que con un solo gesto   los atraería, los haría vivir, dejarían su condición evitable. Todo fue en vano: con la cabeza en la almohada, cedió al impulso envalentonado por la curiosidad. En avalancha, amontonados e impunes le cayeron encima de los ojos todos los mensajes del chat de mamis.

Sarah Kay   (Salta) Serie: Las señoras no hacen ciertas cosas

Las señoras I

Hasta que me pidió la billetera, estuvo todo bien. Creí que bastaría con pagar los entretenimientos, alguna que otra cena, el extensor íntimo. Situaciones y objetos que serían útiles a los dos. Pero insisto, me pidió la billetera, y yo le presté los alrededores, la mano en el bolsillo fue demasiado.

Las señoras II

Era un señor prolijo. Usaba ropa impecable, cortaba su bigote con simetría, cruzaba la pierna con gracia varonil (¿?)  Sus uñas lucían esculpidas, no había dudas, era muy prolijo, tanto que, luego de almorzar, guardaba su dentadura postiza envuelta en toallitas demaquillantes.      

Las señoras III

Las amigas eran su terapeuta, salir junto a ellas le cambiaba la cara al día. Sobre todo, con una de ellas, que hasta cambiaba la expresión en la cara de su marido.

Las señoras IV

Siempre fue inteligente, eso no podía discutirse. Tampoco se podía discutir lo bien que lucía esa mujer a sus 60 años, la piel límpida, los músculos firmes, el contorno del cuerpo delineado, y la sonrisa sin arrugas notables. Lo dije, era inteligente, cuando todas se quitaban años, ella se aumentaba diez.

Las señoras V

La esposa lo miraba con devoción y le preparaba platos exquisitos, el marido agradecía su mirada y elogiaba la habilidad que tenía para la cocina. La esposa conseguía el habano preferido, la bata de seda, el perfume exquisito.

El nudo del asunto ocurría en el dormitorio, cuando él le decía que estaba sin ropa interior, ella corría a buscarle su mejor calzoncillo,y se lo ponía.   

Las señoras VI

Las señoras no cantan El arroz con leche, porque ya no se quieren casar, tampoco corretean con La farolera tropezó porque está prohibido tropezar y más si es con un coronel, ¡qué dirían las vecinas del country!   

Las señoras aprendieron y, últimamente, solo juegan al Anton pirulero, porque cada cual atiende su juego.  

ANA MARÍA MOPTY

Resolución

                     A Julio Cortázar

¿Y si después de hacer todo lo que hacen, no se levantan, no se visten, no se bañan ni se peinan y siguen, así como habían quedado un poco más sueltos y sonrientes, indefinidamente felices y resuelven ser lo que no podían ser?

Corporiedad

Desde la otra mesa advertí una insistente mirada y unos gestos que no pude precisar. Concluí que no la conocía, aunque tal vez sus ojos, aquellos colores de su ropa me evocaban a alguien que no podía precisar. Al retirarme,  escuché en violento susurro: Me abandonaste y no recuerdas que fui la fogosa amante de tu primer cuento.

Cuestión de género

Lo de él también era preocupación como en un campo de batalla, aunque las rutas de ella y él no eran las mismas debía reconocer la destreza de ella, tan serena, y plástica para moverse de lado a lado, avanzando y resueltamente femenina. Sus propias torpezas hacían que le reconociera ventajas y victorias, aunque debía callar antes de que en el tablero diera jaque mate definitivo.

LILIANA MASSARA

Retrato

 Una tarde de brisa tenue con la calma de abril vio su figura en el parque mientras ella caminaba solitaria. Llegó a su casa decidida. Se propuso olvidar su voz y el aroma de su piel. Desocupó y ventiló placares. El único recuerdo, en un marco de metal, quedó olvidado en la pared del fondo. Meses después, la misma pared lució liviana de cargas.

La caricatura

Irina vuelve cada día a refugiarse en su habitación. Aquella tarde, en el viaje de regreso reflexiona sobre la decisión inapelable e inesperada que él le comunicó. Descubre que, a partir de su boda ha perdido toda alegría. Toma una foto, elige algunos resaltadores coloridos y pinta ese rostro hasta recuperar su propia risa. Empaqueta la imagen. Él queda paralizado y perplejo al verse tan bien parodiado.

La magia del pasado

Cada noche cerraba sus ojos y volvía a ser la niña que jugaba en su infancia con espejos, y con los maquillajes de su madre. Los primeros zapatos altos caminados con elegancia; el primer baile, la música agitada con el rock girando alrededor de todo su cuerpo. Aquel pequeño simulacro de telegrama en su mesa le hacía tocar el cielo. Cada mañana descubría que su memoria le regalaba el paraíso.

MELINA MOISÉ

                                                    Triada: Delirios


Identidades

Capgras

Luminosidad, absorbe los techos de las casitas del barrio.

Ella llega, vestida de costumbres: libros, carpetas, portafolio,  bolsas de alimentos y el vapor asido a sus pies y rodillas hinchadas.

Abrió la puerta de su casa: “él, echado, desparramando su flaccidez, con la camiseta amarillenta, la aureola de sudor bajo el brazo, el vaho sostenido por el mal aliento, y el cigarrillo, alternado por los exabruptos de la cerveza. El Smart y la última miniserie pornográfica, o el canto de los goles del fin de semana. Pochoclos, papas fritas, el reguero, en la alfombra y el sillón.

Abrió la puerta de su casa: ¡el aroma! ¿Pollo al verdeo? Una sonrisa candorosa, en un cuerpo delineado por protuberancias apolíneas.

-Hola mi amor, llegué temprano de trabajar. Cociné tu comida favorita, también aguarda un Malbec delicioso.

-¿Quién es usted?

-Hola, soy Homero, tu amante esposo- dijo mientras relampagueaban los dientes en su boca- ¿qué te pasa, Martita?- repitió el hombre fornido, en su impecable bóxer rojo, y delantal superpuesto azul. –Distiéndete, goza…

– Seguro, mi cumpleaños, cincuenta,” regalo de mis compañeras de trabajo, ¿durmieron a Homero?  ¡Qué importa! A devorar…”

Tomó el vino, comió el pollo y degustó la carne cruda en la cama de fragancias y elixires.

-Doctor ¿cómo se llama esa locura? dijo Homero, mientras acomodaba su inmensa barriga en el cinto  que apretaba su fisonomía amorfa.  ¡Pobre Martita, no me reconoce, será el estrés , trabaja tanto…

Luminosidad envolvió al psiquiátrico. La mujer leyó la carta, el extraño ser, se alejaba. 

-Perdiste la oportunidad, devolvimos el  inservible paquete-

Pareidolia

 Es sabido, Carmencita, que existe este fenómeno psicológico. Usted sólo asocia las manchas de humedad de la pared a formas, y a las identidades que dice que la persiguen.

-No Licenciado, es paranormal, nunca me dejarán en paz: cómo no reconocerlo, largo y puntiagudo, Luisito, su nariz, su rostro, sus brazos, iguales. Se fue, con la madre de la compañerita de escuela de mi hija ¡amiga de la casa! Pero más contundente, Fernandito, era gordito y petisón, todo él era una bolita simpática, mentía, me usaba, inútil fachada era gay. Ah, Carlitos, chiquitito, no parecía, tan contundente su voz varonil, sus manos atropelladoras, sí, la amiga, increíblemente indeseable, pero era su amante, tirana fealdad. Oh, pero ese obelisco, José, una terrible figura en la pared del dormitorio. Yo le creía, pero tenía, dos mujeres o más, y a mí ya en ese momento me gustaba el juego, era diestra.  

 Afloran, aparecen, como dibujos de Picasso o de Botticelli en mis paredes, necios.   ¿No habrán perdonado que use tan bien la tijera de podar?

Lavarropas

Amigo, como te decía, esta receta es de mi abuela: la torta de hojaldre María Luisa, pero conozco tus gustos, no creas que me molesta. Quieres que te refiera. Ah, ya sé, cuál fue el primer vestigio: primero, tal vez, las novelas venezolanas, o las mexicanas. Entraba, a  la casona, las escaleras alfombradas, al pie, el macho latino, Armando Francisco Alberto, músculos enmarcados en un rostro mestizo ¡Cuánto  candor! Luego, si, el video cable, películas, series de antaño, un Michael London, cabalgaba por la pradera en su potro manchadito, su tierna sonrisa auguraba el deleite.  Los labios carnosos que besaban mis sueños, oscuros vampiros, delirante brebaje, ¡Brad Pitt! Esa pantalla se fue aplanando, agrandando, me empoderaba una botonera de universos de ficciones, anclaban mis ojos al destello. Hipnotizada, dueña de vidas ajenas, mis existencias multiformes, empezaban, terminaban en cada parpadeo, con el poderío de mi dedo índice. Pero, la pantalla se hizo intensa, un monstruo lovecraftiano, puso un candado en mi puerta. La computadora, me dejó sólo orfandades, y la visión de un mundo turbulento, imágenes y voces absurdas, autómatas. 

Lavado, secado, centrifugado, te gusta danzar mientras te hablo, eso me tranquiliza, eres estupendo, como contaba la torta María Luisa… 

LILIBETH (Jujuy) Las mujeres y yo.

Las mujeres de antes no usaban gomina, ni redes sociales.

Siempre bella, posteando sensateces y discursos divertidos. Siempre con abundantes likes, y una familia bonita que alardeaba de manera permanente. Siempre expuesta su perfecta actuación. Siempre creyéndolo, al menos mientras las redes se lo decían.

No es lo que parece  

Juguemos en el bosque ahora que el lobo no está, ¿lobo está? y el lobo estaba. La esperaba en el lugar de siempre, a la hora convenida, sin que se entere el Señor de los Anillos, claro.    

EMILIA GUTIERREZ  (Tucumán-Bs As)

La chica letra

Era una chica hecha de letras.

Al principio eran unas cuantas, pero con el paso del tiempo fueron aumentando en cantidad y tamaño, hasta llegar a constituirla. Tenía tantas… y tan desordenadas, que nadie las entendía. Un día, se encontró con él. «¿Cómo te llamás?» le preguntó. Pero ella nada pudo responderle, más que el temblequeo de unas letras mal ensambladas.

Sin preguntarle si necesitaba ayuda, él se la ofreció. Le enseñó a ordenar las letras. Pronto, ella pudo hablar. Decir cosas como «hola», «no sé», «vayamos al cine». Tan pronto como comenzó a hablar, ella y él comenzaron a disentir, a distanciarse. Intercambiaban palabras que se iban desordenando de nuevo, y los hacían sentir revueltos y mal.

Todo aquello cambió cuando comenzaron a comunicarse. Las palabras se hicieron más finas y suaves; circulaban por el aire sin lastimar. Esto provocó una cercanía dulce y extraña entre ellos. Comenzaron a usar la palabra Nuestro. Las letras temblaban y se desprendían en cada estremecimiento, suspiro o palpitación. Las fueron perdiendo.

Un día cualquiera, conocieron el silencio. El silencio de mirarse sin decir nada… y se supieron capaces de prescindir, cuando quisieran, de las palabras. Sin tantas letras encima, él finalmente pudo verla. Era hermosa.

Casette

Yo había grabado un casette. Tenía muchas canciones interrumppidas por la voz inoportuna del locutor que hablaba por la radio.

Yo había grabado un casette. Las canciones, siempre comenzadas porque no me alcanzaba el tiempo para correr desde el living para pulsar «Rec», guardaban la magia de la música inesperada.

Yo te grabé un casette. Estaba dentro de un sobre y decía «Para Luis». Estaba orgullosa de esa mezcla que tenía de todo: lentos bien románticos que pasaban en la radio de noche, y canciones más alegres para empezar la mañana. ¡Qué sorpresa cuando treinta años después lo encontré en tu casa!

– ¿Lo escuchamos? – me dijiste.

Esa noche fuimos testigos presenciales de una antigua magia.

Yo había grabado un cassette. Treinta años después, lo escuchamos en tu casa.


Escuchemos algunos microrrelatos en la voz de Cecilia Avila:


 

Soy Cecilia Avila, militante feminista, sobreviviente de cáncer.

Amo la literatura, el teatro, y las artes plásticas.

Fui, entre otras cosas, titiritera, ejecutiva de finanzas, dirigente política, concejala en mi ciudad: Junín, Provincia de Buenos Aires, donde integro la Mesa Local de prevención de violencias y una ONG especializada en temas de género y diversidad.

Soy narradora oral, pertenezco al grupo Las Cuenteras de la esquina, nacido en la Escuela de Educación Estética de Junín. Tradicionalmente las mujeres fueron las tejedoras y guardianas de la palabra en las distintas culturas, encargadas de preservar la memoria colectiva a través de las historias.

La actividad del grupo está orientada a la narración social y comunitaria, con el propósito de contribuir al encuentro entre libros y lectores. Se trata de llevar la palabra a través de textos literarios de calidad a distintos ámbitos tales como escuelas, jardines de infantes, unidades penitenciarias, centros comunitarios, direcciones municipales, bibliotecas, institutos de formación docente, geriátricos, clubes y Ferias del libro.


Imagen: Rosalba Mirabella, de la serie Tres deseos.

3 respuestas a “Microrrelatos -Mujeres al borde de un ataque de nervios-”

  1. Liliana massara dice:

    Muy buenos textos. Qué perspectivas variadas en un hacer con estilos propios.
    Buena selección.
    Un gusto leer a estas escritoras.

  2. Exquisitos relatos!!!! Muy buena selección,Mónica. Abrazos

  3. Adriana Corda dice:

    Gaby tu escritura tiene el poder de hacer pensar. Excelentes y dolorosos. Ironía y risa. Ni una palabra fuera de la organización prusiana del microrrelato; sin embargo; un lujurioso campo semántico nos permite volar. Te felicito Gaby!!! Adriana Corda

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