Por Marcelo Martino |
“Hay un fusilado que vive”. Como una detonación, como un anzuelo, esta frase arranca a Rodolfo Walsh del letargo. “Hay un fusilado que vive”, le dice alguien, y él ya no puede hacer otra cosa que abandonar a medias su partida de ajedrez y salir a buscar a ese fusilado, que, después se sabe, son más. La frase lo obsesiona y lo atrae, se repite en su cabeza como una letanía, como un mantra, resuena nítida y persistente en su escritura, la traspasa y atraviesa el tiempo y el espacio para estallar fecunda y parir otras escrituras. Como, por ejemplo, estos libritos titulados Operaciones masacres, que forman parte de la colección Miniambientes, publicada por Monoambiente.
Como cuenta Majo Bovi, una de las responsables de la editorial, las Operaciones surgen en el seno de un taller literario realizado en el marco de las prácticas de Residencia Docente de ella y de José Luis González. El taller, de tres meses de duración, convocó a estudiantes de sexto año de la Escuela Normal Superior “Juan Bautista Alberdi”, en torno al libro Operación Masacre de Walsh (relato testimonial de un fusilamiento perpetrado en junio de 1956), que funcionó como “disparador de la escritura”. La propuesta consistió en la producción de relatos que debían respetar la estructura tripartita de la obra original (“Las personas”, “Los hechos” y “La evidencia”) y contextualizar la masacre en uno de los siguientes escenarios, siempre con Tucumán como telón de fondo: una marcha, el Pozo de Vargas, la Escuelita de Famaillá, los saqueos de 2013.
La experiencia se desarrolló a lo largo de varias etapas y contó con instancias diversas, que incluyeron la capacitación de José Luis en cuestiones de edición, a cargo de lxs integrantes de la editorial, quienes también dieron charlas dirigidas a estudiantes y autoridades de la escuela. En el proceso de escritura, dice Majo, “la herramienta fue el diálogo” entre lxs docentes y lxs estudiantes, que derivaba en revisiones y reescrituras: “Charlábamos las historias y luego las transcribíamos al papel”. El resultado de esta tarea se plasmó en trece minis, en trece “proyectos literarios”, cada uno firmado por unx o varixs estudiantes: Ulises Piccardi, Dardo Vieyra, Ignacio Pérez y Emilio Nieva; Rocío Gutiérrez y Matías José Adris; Marianella Pascual y Guadalupe Villarreal; Esteban Quiroga; Nazarena Herrera, Sofía Terán y Alisa Míguez; Erika Chavez; Karen Alurralde y Nicole León; Florencia Albornoz, Nahir Coronel Álvarez y Anahí Ruiz Vargas; Leila Pérez; Zahira Rivero, Valentina Veliz Fernández, Fiorella Villagrán y Ana Sofía Valdivia; Lautaro Saez, Paula Quipildor y Emilia Segura; Victoria Ponce y Julieta Padilla; Maia Coronel, Yasmin Maurizzio, Luiggi Quinteros y Martina Tula.
En el prólogo de su libro, Walsh se pregunta si es posible, una vez que ha acudido al llamado de la realidad fusilada, volver a esa partida de ajedrez que quedó en suspenso, volver a la literatura fantástica, a la literatura de evasión. En un momento, piensa que sí puede, pero después cae en la cuenta de que no, no hay chances de volver a lo que se era una vez que unx se entera de que hay fusilados que viven, dispuestos a hablar, pese al miedo. En esa línea, la propuesta de estos miniambientes pretende suspender indefinidamente la partida de ajedrez, patear el tablero, rasgar la burbuja, sacudir los pupitres y llevar a lxs alumnxs a plantearse y concretar la reescritura colectiva y cooperativa, en tanto fruto del diálogo y la puesta en común, de ese clásico argentino del género testimonial que, según dicen en los ámbitos académicos, se le adelantó a Capote y a su sangre fría. Haciendo pie en el aula, estas operaciones invitan a tirar un ancla que nos clave y nos amarre a la realidad y sus injusticias pero no para quedarnos ahí, cómodamente amarradxs, sino para plantarnos firmes como una denuncia que no claudica ni caduca, porque las injusticias no tienen fecha de vencimiento y están ahí siempre, tan visibles para quien se decida a verlas.
Christine Rivalan Guégo, en un artículo sobre una colección española de biografías, define la colección editorial como un “Lugar de una afirmación pública, de una declaración” que “crea el espacio necesario para la escritura de un proyecto intelectual”. Y eso justamente es lo que hacen estas Operaciones, que se proponen arrancar a lxs lectorxs de su sillón reclinable, con un proyecto que se inserta con sello propio en el catálogo de la editorial, catálogo al que no desmiente y en cuyo seno se acomoda muy bien, con su propuesta jugada y comprometida. Esta apuesta ideológica en defensa de las víctimas de abusos, de lxs oprimidxs y marginalizadxs no desentona y dialoga de igual a igual, mate con bollo casero mediante, con los otros miniambientes con los que comparte colección (aquellos reseñados en la primera entrega de esta nota) pero también con otros libros de Monoambiente, como Dinosaurios, de Majo Bovi, y El pupo de Elena, de Tito Lizárraga.
Uno de los sobrevivientes del fusilamiento del 56, según relata Walsh, mientras finge estar muerto, aplastado contra el suelo, para escapar a su presunto destino, observa un árbol a lo lejos. Después se entera de que no es uno sino que son varios árboles que, debido a una particularidad topográfica, se funden en uno solo cuando se los contempla desde un lugar determinado del terreno. Así pasa con estos libros, que se multiplican y multiplican sus denuncias, sin dejar de converger en un faro y un referente único que desmiente la ilusión óptica de lo múltiple. Porque la injusticia, al fin y al cabo, siempre es una y siempre deja fusiladxs que viven y fusiladxs que mueren.
Los libros de la Colección Operación Masacre están disponibles para su compra en la Tiendita
https://lapapa.online/categoria-producto/monoambiente-editorial/coleccion-operacion-masacre/
Marcelo Martino es docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán e investigador del CONICET. Publicó el poemario Remota cercanía, en coautoría con Ariel Martino (Ediciones del Dock, 2018).