Sobre “Mesa de pájaros”, de Denise León
Por Gabriel Gómez Saavedra |
Lo que se sirve en esta mesa no es la niñez que entra al entendimiento por la iluminación de los asombros, sino una que esculpe su tacto con la amenaza como aprendizaje. Denise León cultiva en Mesa de pájaros (Bajo La Luna, 2019) un clima que se superpone, poema tras poema; un espacio cargado, como de prefacio de tormenta donde los relámpagos se reflejan adentro de una voz que desgrana vivencias que deberían pintarse para la inocencia, pero que aquí nacen teñidas o corrompidas por una telaraña traslúcida. Una voz de niña envejecida que no pudo disfrutar de la bandera de la primera patria: “no sé medir las horas. / Si me preguntan / digo que nací vieja” y cuya atención parece inamovible de las cosas que se degradan: “y todos los jardines se parecen: / el mismo murmullo de las hojas / y la materia / espesa y oscura / de las cosas muertas”. Hay en esta colección de poemas un gesto de estoicismo desvirtuado, porque, si bien frente a los hechos, cosas y pasiones que gobiernan el mundo, se postula imperturbable, en vez de desarrollar un desapego hacia la felicidad y la sabiduría, deriva en un espíritu apático al que pareciera que ningún color alcanza: “Mirábamos / y aprendíamos / en la espesura / de las tardes. / La vida sucede lejos de aquí. / Muy lejos”.
El libro es el trayecto de una niña que nació con la revelación de la aspereza del mundo adulto, y su mérito reside en tomar la belleza de lo taciturno, allí donde pocos poetas pueden escarbar con eficacia; una acción en lo contradictorio, como ordeñar una roca para extraer el agua que todavía debe seguir fluyendo: “mi padre me anuncia / su última verdad / y decido que aquí no habrá flores”.
Todo el tiempo la voz de los poemas está renunciando a sus pertenencias. El tono fatalista marca el itinerario pero sin ahogar la lectura, más bien, lo que deja leer es que el desprendimiento va sujeto a nosotros como una respiración constante y el despojo es una tumba que representa la única propiedad: “La vida es frágil; / la muerte, cierta. / No volveremos a este jardín”.
Pero no todo es desapego, caben señalar dos recursos que se resisten a éste y fundan una materialidad violenta que le ofrece batalla: por un lado, la intervención en el diseño interior del libro, a cargo del artista visual Ramiro Clemente, quien lo presenta como una libreta de recortes e imágenes, que podría pertenecer a alguien que comienza a desvariar por rechazar lo inminente del tiempo, y decide, antes de que esto suceda, registrar su vida con jirones improlijos pero bien cimentados; por otra parte, hay pasajes donde el uso del adjetivo es tan preciso que parecieran adquirir un volumen fácilmente palpable, más real que el papel que los contiene: “El quetupí de la infancia / hunde su pechera imposible” o “Ella sabía / los nombres arduos / de todas las flores”.
Mesa de pájaros es el poemario más ensombrecido de Denise León y, a la vez, el más arriesgado porque, a diferencia de los anteriores, donde la autora recorre lo dolido y lo ancestral decodificándolos antes de ofrecérselos al lector, esta vez, decide que una voz alejada lo domine y ninguna luz lo corone.
*
Imagen 1: Tapa de Mesa de pájaros.
Imagen 2: Interiores del libro.

Concepción, prov. de Tucumán, 1980. Publicó la plaqueta Huecos (Ediciones Del Té, 2010), y los libros Escorial (Editorial Huesos de Jibia, 2013), Siesta (Ediciones Último Reino, 2018) y Era (Falta Envido Ediciones, 2021). Entre otras distinciones, ganó el Premio Municipal de Literatura San Miguel de Tucumán – Género Poesía (Región N.O.A.) y fue seleccionado por el Fondo Nacional de las Artes como becario del programa Pertenencia: puesta en valor de la diversidad cultural argentina.
«Mi padre me anuncia la última verdad y decidió que aquí no habrá flores» Tremendo,intenso,fuerte…..Una poesía donde hace suya la infancia de otros.
Tu análisis ,Gabriel,acertado,preciso, muy rico. Pareciera,por momentos,que te adueñaras de esos versos…
Gracias! <3