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ISSN 2684-0626

 

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¿Por qué mataron a Isauro Arancibia?

Sobre La oruga sobre el pizarrón, de Eduardo Rosenzvaig (La Papa, 2024)

Por Fabián Soberón |

Así como Rodolfo Walsh escribió ¿Quién mató a Rosendo?, podríamos pensar que Eduardo Rosenzvaig escribió en este singular libro ¿Por qué mataron a Isauro Arancibia? La oruga sobre el pizarrón es una inventiva crónica que tiene el ritmo de una novela policial y el fervor de la ficción biográfica. En sus páginas responde al interrogante, pero formula otro que es más sugestivo y alarmante: ¿qué pensó Arancibia en los últimos momentos de su vida?

“En la comisaría primera los recibe un oficial, Pereira: «Mire acá no están señora, pero vaya a los bomberos. Están al aire libre». ¿Al aire libre con esta lluvia? «Están cubiertos con chapas…» En los bomberos está el Ejército. Le contestan que ellos no saben nada, que regrese a la primera. Vuelve y pregunta por Pereira. «¿Pereira? Está incomunicado por hablar de más». Alguien dijo, Isauro está herido y Arturo escapó. Alguien dice, que los bomberos los llevaron al cementerio del Norte. Allí, en el fondo de un pasillo, hay una pila de cadáveres de la noche del veinticuatro. A un costado de la pila ven a dos hombres conocidos. El marido de Italia y otro hombre los ponen en la vereda y los lavan con una manguera. Arturo está en calzoncillos. A Francisco lo sientan. Tiene unos cien balazos en el cuerpo.”

Este fragmento pertenece a La oruga sobre el pizarrón, Isauro Arancibia, maestro. La narración es contundente y siniestra: la hermana de Isauro y Arturo Arancibia, Italia, busca denodadamente los cuerpos de los asesinados por la policía de la dictadura. Le mienten, la mandan a diversos lugares hasta que ella da con los cuerpos tirados bajo un techo de chapa. Son dos cadáveres abandonados en la lluvia, cuerpos de animales baleados. El cuerpo de Isauro tiene cien agujeros.

Eduardo Rosenzvaig escribe este libro por encargo, pero no es un encargo cualquiera. El autor fue maestro rural y ve en la figura de Francisco Isauro Arancibia un modelo de lucha por los derechos de los maestros y los alumnos. Isauro fue asesinado por la dictadura en la madrugada del 24 de marzo de 1976. El libro se inicia con el relato del crimen atroz y cómo la policía oculta el delito. A partir de este escena Rosenzvaig cuenta las razones, el modo y el contexto del doble asesinato. La novela policial suele narrar el crimen y luego suele contar la historia de cómo se llega a ese crimen. Como si se tratara de una novela policial, Rosenzvaig trabaja con el suspenso, la intriga y el dolor de los familiares de las víctimas. Una experiencia que atraviesa todo el libro es la de la muerte inminente. El autor ha dispuesto la información y los materiales de manera que el lector desee conocer el proceso que llevó al final trágico: es como si leyéramos “el maestro Isauro Arancibia va en camioneta al muere”. El libro narra el crimen de Isauro Arancibia (y de su hermano) con una convicción: Isauro fue baleado por razones políticas. Una pregunta se repite en el aire inventado por las páginas llenas de suspenso y reflexión: si Isauro sabía que se desataría el golpe de Estado y que lo irían a matar: ¿qué pensó en esas dos horas antes del crimen?

A partir de este núcleo narrativo y conceptual el autor enhebra los diferentes hilos de la trama: la violencia policial, la corrupción política, los entuertos en el poder, la represión del siniestro golpe militar, los ideales de los maestros, la lucha docente. La oruga sobre el pizarrón cuenta la historia de la oruga que se convertirá en mariposa en la noche del 24 y la historia del pizarrón que ya no tiene quien escriba sobre él.

“Meter presos a los maestros, cerrar escuelas, y por ley establecer la enseñanza religiosa en la educación pública, resultaba menos hipócrita que las palabras de sus teóricos: la educación es una inversión, los recursos son limitados, por lo tanto hay que invertir en las modalidades educativas que aseguren mayor rendimiento, etcétera. Con los fondos de escuelas públicas desfondadas se crearon diez Universidades privadas”. Estas ideas son las que guiaban al gobierno y sus adláteres. Y contra estas ideas luchaba el maestro Isuaro Arancibia.   

Entre la crónica y la ficción, Eduardo Rosenzvaig narra los instantes vitales del personaje perfilado (Francisco Isauro Arancibia) y analiza los entretelones de la vida política de la provincia de Tucumán y del país; y lo hace con una prosa clara, contundente y certera que, por momentos, alcanza un vuelo lírico. ¿Será que la poesía atenúa el horror de lo narrado? ¿Será que el uso del género policial nos permite soportar la realidad que narra la crónica? El libro conmueve no sólo porque conocemos el final trágico sino porque el narrador desnuda las estrategias del poder, los melancólicos encuentros entre amigos, las reuniones fraternales del maestro Arancibia, su infancia, la memoria sentimental del personaje. Es decir, el libro combina, con mesura, las dimensiones: la vida individual atravesada por las tensiones sociales (el sindicato, la familia, la defensa de los derechos de los maestros y los alumnos) y la vida social y política, la urdimbre oscura del poder político y policial.

En el recuento de los sucesos y de las cosas, el autor apela al uso de la tercera persona para referirse a sí mismo. Se llama a sí mismo “el escritor”. Y el escritor dialoga en un café de la ciudad con amigos y conocidos que opinan sobre la vida cotidiana del muerto y sobre por qué no dejó la ciudad si él sabía que podrían matarlo. En una de las elucubraciones del escritor, anota las pertenencias de Isauro, tomando en cuenta el acta elaborada por la policía: Arancibia no tenía automóvil, ni moto ni bicicleta. Tenía apenas una cama metálica y un colchón, dos almohadas (en la versión policial la palabra almohadas no tiene ese), tres trajes, tres sacos y un piloto celeste, dos estuches de máquinas fotográficas, cuatro compases y un tiralíneas, treinta y seis discos de vinilo, varias camisetas y algunos libros.

La mera enumeración nos muestra que era un hombre despojado que vivía con lo poco y luchaba por lo mucho. ¿Por qué lo mataron? Responde Rosenzvaig: “…lo mataron porque no tenía nada. Si fuera un dirigente, ello demostraría que no se vendió al poder ni una sola vez. Esto genera odios casi animales, porque contra hombres así es difícil luchar. Los que así pensaban debieron concluir que un hombre con ese inventario era un peligro público, un delincuente social, un terrorista. Un hombre así no merecía vivir y lo mataron”.

Una pregunta queda suspendida en el aire después de cerrar el libro: ¿qué pensó Isauro Arancibia en las últimas horas de su vida? Rosenzvaig ensaya una respuesta, pero cada lector puede elaborar su hipótesis.

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