No encuentro las palabras precisas
Por Gonzalo Roncedo |
El propio concepto es un problema para cualquier crítica. Una filosofía, un movimiento, es un autor, y más veces que cuando se invierte la oración, ¿o acaso la expresión «romanticismo», sin tipificación de nacionalidad o género discursivo (literario, artístico, filosófico, etcétera) es más autor, en tanto océano de la subjetividad, que la suma de Hörderlin, Mary Shelley junto a su marido, Goethe, Wordsworth, Schubert, Bécquer, Wagner, Delacroix, Goya o quien más sea? Esto es: autor puede ser la borra de café que a tu servilleta le trastocó el poema y te hizo cambiarlo, acaso las imágenes subliminares que tanto viste que de seguro creíste haber inventado una novela porque de chico el patio de tu jardín tenía un baño que, sin luz, mantenía una grieta en el ala derecha que parecía una caverna, o bien puede ser todo un movimiento, en el caso lingüístico específico en que hablemos de autor, y sus desinencias, como «motor para el desarrollo de algo» más allá de la populosa noción de autor, y sus desinencias, como «quien crea algo, especialmente algo artístico».
Autores de la corrupción leemos de día en día en gacetillas urbanas de cualquier localidad, no hace falta ser de Tucumán; autores de heroísmo, en mismas dosis, son quienes se reunieron en el Aeroclub, primer fin de semana de octubre de dos mil veinte, sin ayuda ninguna del gobierno, para apagar el incendio del Cerro San Javier: héroes/heroínas anónimxs como es el caso de Marcos Herrera, un amigo mío bombero voluntario de Banda del Río Salí, quien por amor a su patria, a su suelo, a sus creencias, fue a Yerba Buena con otras personas mientras quién sabe qué ministro hacía oídos sordos para después salir en cualquier pantalla vitoreando a los aviadores que apagaron las llamas, burlándose no solamente de héroes como Marcos sino también de guardaparques, personal de Parques Nacionales y de fitozoológicos, etcétera. Sabemos que hay incendios provocados para acaparar territorios que son biomas de la humanidad: autores de la misma corrupción saldrán con razonamientos fanáticos a desmentir que hubo un incendio en el cerro San Javier, o a exponer razones sociológicas… En la misma semana de fines de septiembre y comienzos de octubre de dos mil veinte encuentro que esta nota sube por mis venas con emociones encontradas y el enunciado de mi discurso pierde gramática. Una cosa es común a esta semana: el luto supera la pandemia: la provincia también está de luto.
No encuentro las palabras precisas. Así suele pasar con las cosas importantes, las que no están estetizadas por un crítico ni sacadas de los pelos por aquellos a quienes Bolaño denominó «jóvenes escritores que no aprenderían nada de Bomarzo», y que en definitiva es una estupidez porque Bomarzo es una gran lección de narrativa, además de que Bolaño en un prólogo a Bomarzo se distendió pépticamente sobre la obra, o en todo caso tendemos a pensar que las grandes narraciones están hechas de lenguaje y que las malas están hechas de pura narrativa, como así también creemos intuir de aquello que los grandes poemas son los que tienen tanto tiempo a la intemperie como para darle la vuelta a los ojos de sus lectores (y qué diríamos de algunos intelectuales incluso de Le Monde Diplomatique que, consultando el Indec de Buenos Aires, afirmaron en 2016, en pleno San Miguel de Tucumán, sobre la falta de pobreza en la década de los ochenta en esta provincia); en fin, que la mayoría de lectores de comienzos junto a todo prólogo anotado puede pelear con una buena circunstancia, de coma en coma, impresionando más que dejando el material preprocesado, pero una circunstancia bien hecha, una historia que supere el típico álbum de Facebook vale también la pena.
Estamos hechos de situaciones, y a veces la comunión con alguien no precisa de mayores, incluso cuando nuestra mente se colapsa de la dopamina diaria de laburo, especializaciones laborales, tener que sobrevivir un mundo a la deriva, en fin. Atento a esto, me es complicado encontrar las palabras precisas para relatar la tarde en que enterraron al Zeus.
Ando tan útil que apenas pude zanjar dos palazos aquella ocasión (la pala en forma de cuchara que teníamos no ayudaba, así que mi cuñado y Raúl, que nos arreglaba la pared, se turnaron). No le pude decir adiós antes porque llegaba tarde a una cita médica, y el animalito había llorado toda la noche, y ni siquiera que bajarámos mi padre o yo podía calmarlo. Las patas le bailaban un vals que ya nos anticipábamos, sin saber cuándo. (Lennon tiene razón en esa referencia tan mediática en la que reflexiona sobre nuestra vida como la odisea que nos ocurre cuando estamos ocupados sobreviviendo: así también pasa con los seres vivos que nos rodean: cuidado de darle más bola a la Eterna o a Maruyme, que la semivida de la literatura se cobra del tiempo en compañía, buena o mala, como una cuota para desenredar el pensamiento a costa del transcurso.)
Lo que a uno lo vuelve una persona común en un patio de adobe, rodeando un jardín, saliendo a conversar con otras personas, es el intento de abandonar la pretensión simbólica y darle vida a tantas dulce-personas como quizá genios desde las reales muestras de confidencia o comunión de seres próximos, teniendo la esperanza que aprenderá a conocerles mejor que a las caracterizaciones de un libro, dándole tiempo a las reales personas dulces o a los sabe todo de manual, pero sobre todo a seres tan dulces como los animales (en esto Zeus le gana a Rocinante, a Platero, incluso a Hachiko porque mientras Hachiko desaparecía bajo el telón triste y musical de la película «Siempre a tu lado», Zeus seguía cerca de nosotros), y para esto no se precisa sino un poco de atención, y de apagar la radio de los clásicos para poder sintonizar el medio que nos rodea.
Llegó hace más de catorce años, como llegan los elementos de nuestra identidad, conducto entre un choque familiar y el amor incondicional que proveen las mascotas cuando cualquier derrotero humano deja paso a la otredad sobrehumana de las mascotas. Los perros, en específico, brindan una compañía de diccionario, quiero decir que trascienden una sociedad a rajatabla y no lo que se esperaría de cualquier persona llena de complejidades, en fin, una compañía que los gatos no conocen, o que proveen de una manera más aristocrática. Un perro es un pedazo de dulzura tal como el niño bobo de la plaza que uno admira pese a la cruel mirada social (mirada, por otra parte, que se atesta de personas criadas con deferencias jurídicas y manejos de poderes republicanos, pero que a los linyeras o a los bobos siguen dejando, Foucault dixit, en la nave del olvido), ¿si me hago entender? Una fidelidad inoxidable.
Desde aquel momento, Zeus jamás dejó de vivir; lo eligió mi hermana de una camada recién nacida porque ladraba con más fervor, incluso siendo el más pequeño. Ni siquiera en sus últimas semanas de tumores, garrapatas, uveítis, mal de cadera, patas traseras bailando mientras se lo cargaba para trasladarlo, o para atenderle los últimos llantos, dejó de emitir ese ladrido justo, como de ringtone, dulcificado con los años.
¿Qué es ser autor/a/e? Para una acepción de otro artículo de esta serie, crear. En arte, quien crea arte. Pero la palabra también se remonta al latín antiguo como «fuente» o «instigador» o «promoción» de una acción, desarollo de ideas, expresión o lo que fuera. Un animal o una idea, algo abstracto sin género o bien una cosa entre las cosas, puede considerarse autor/a (la desinencia del género no-binario debería ser usada en todo caso si una persona de género no-binario, considerando así la noción-de-autor, así lo realizara) cuando inspira o resguarda en su ejemplo esta consecuencia.
Mejor no romantizar mucho, que aunque lo atendimos es verdad que se hizo lo que se podía, que cada quien estuvo siempre atestado con su propia agenda; sería ruin escribir una nota cargada de epítetos de películas de Disney o de novelas de Jane Austen. Baste con decir que quizá nos descuidamos algunas veces, ¿quién puede con todo?, pero que, pese a todo, una vez lo tuvimos que desenredar de una fosa porque el pobre animal se había caído siendo que antes de la uveítis se jactaba saltando el obstáculo con el orgullo que solamente saben sentir los perros, y así cuántas situaciones, en el transcurso de una ternura que se nos escapaba de los ojos.
Esa vida, de la que tanto se escribe, de la que tanto escriben las escuelas de autoayuda con una frialdad de magisterio, mostraba los síntomas de la edad de aquel anciano, en años de perro. Pasó el coronavirus y se llevó al Zeus en un tiempo de cuarentena y encierro.
Autor de incontables alegrías, sobre todo para su dueña, mi hermana, ahí tiene una elegía sin serlo del todo, una suerte de mención de autor a contrapelo desde la idea de dar vuelta la propia noción de autor.
Ingeniero, Analista, Empleado Judicial, fana de Batman, hincha del chocolate. Las menos veces, autor.
Muy bueno! Cuantas definiciones que yo no conocía,y Zeus! Guaauuu…
D.E.P,Zeus!