Suscribirme

ISSN 2684-0626

 

Aquí podés hacer tu donación a La Papa:

«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

Libros Tucumán es una librería especializada en literatura de Tucumán ubicada en Lola Mora 73, Yerba Buena – Tucumán.

 

 

 

 

 

Todas las historias de amor son historias de fantasmas: materialidad y misterio en la construcción de una poética de la memoria

Sobre El almirez, de Carmen Perilli

Por Blas Rivadeneira |

Anoche soñé con mi abuelita Ángeles. Verla atareada, sonriendo, mientras molía las especias en el almirez me sorprendió y me dio mucha paz. Su figura emana esa gran tranquilidad que siempre sentíamos cuando preparaba el mundo para nosotros (41).

Carmen Perilli, El almirez.

Si, como señala Ricardo Piglia, todo escritor tiene un mito de origen, una ficción personal donde cuenta la entrada en la literatura, Carmen Perilli elige al almirez para articular ese momento fundacional en la infancia mientras mira a su abuela/madre preparar la comida. La imagen de dicho objeto familiar le permite desplegar una genealogía, dar cuenta de los procedimientos de escritura y advertir sobre las condiciones de posibilidad de la lectura: “Un libro puede ser un almirez en el que se mezclan historias en vez de sustancias” (9).

La obra de Perilli se compone de una serie de relatos familiares que configuran una poética de la memoria diseñada a partir de lo fragmentario y la mezcla. De manera similar al uruguayo Felisberto Hernández, el libro asedia los mecanismos de la rememoración deteniéndose en la materialidad de los objetos y su presencia misteriosa: “Los objetos son importantes y cada uno tiene su historia: el almirez de cobre de la bisabuela que vino de Esmirna, el aguamanil de mi abuelita que vino de Andalucía, los bailarines de porcelana que le regaló mi padre, la copia del cuadro de mujer de Renoir, el enorme espejo con marco de hojas de madera y la biblioteca llena de libros” (32). 

En su estructura El almirez incorpora, además, fragmentos de textos de diferentes autores, a modo de especias hechas de palabras, que resignifican e iluminan el proyecto escriturario del libro. Por ejemplo, la repetición del sintagma “lo que queda” en el poema “Paréntesis” de María Elena Walsh devela el material constitutivo de la poética de la memoria que compone el texto de Perilli: los restos, los pedazos de historia(s) que permanecen adheridos a los objetos, el espesor de lo que queda en términos de misterio e incompletud. Del mismo modo, la cita de Patricio Pron, “Los hijos son los detectives de los padres, que los arrojan al mundo para que un día regresen a ellos para contarles su historia y, de esta manera, puedan completarla” (50), explicita la autofiguración de la narradora a modo de un detective que indaga en los misterios de las cosas, el almirez, los roperos, las casas, las fotos, en un intento (im)posible de completar los relatos que le cuenta su madre anciana.

Como en Pedro Páramo, esta pesquisa implica desplazamientos, viajes y territorios, Aguilares, el tren, Esmirna, el barco: “Llama a Cecilia, una de sus ciudadoras: ‘Apurate, […] afuera preguntemos cuándo viene el tren así podemos volver a la casa’. El tren que iba a Tucumán no pasa por Aguilares hace más de cincuenta años […] En todos los lugares que visitamos se tranquiliza en cuanto encuentra la estación” (54-55). Sin embargo, a diferencia de la novela de Rulfo, en El almirez no es la figura del padre la que organiza el relato, son las mujeres –abuela, madre, narradora- quienes lo articulan y le dan su forma fragmentaria a través de dos prácticas que se alimentan mutuamente: sazonar la comida y contar historias.

La narradora, envestida de detective, investiga en ese espacio ambiguo e inacabado que es el archivo familiar. El ropero, real e imaginario, hospeda ese material enigmático e inabarcable: “En los sueños, el ropero de mi madre contiene todos los roperos, inclusive el pequeño ropero, alto y angosto, de la pieza de banderola azul, en cuyo borde superior están las muñecas con las que las hermanas sostienen una interminable relación: la Miss Universo, la flaca Embeleso Urraca del Bolsillo de Oro hecha con medias de seda; la negra de vestido con trenza que hizo con telas y pintó mamá, el bebé de porcelana que heredamos, varias Pier Angelis” (16). En sus incursiones al archivo, la narradora se encuentra con cartas y documentos de países lejanos, cajas con botones, cintas, telas, flores y demás restos del naufragio de un negocio familiar y fotos de distintos tipos y tamaños. Como advierte Roland Barthes, el contacto con las fotografías produce el efecto del “esto ha sido” lo que, a su vez, acrecienta el desconcierto de la narradora sobre la identidad de esos rostros desconocidos que la miran desde otros tiempos y geografías: “mujeres vestidas con trajes de baile, hombres de bigotes manubrio, bebés desnudos sorprendidos por las cámaras” (15-16).

El norteamericano David Foster Wallace afirmó que todas las historias de amor son historias de fantasmas. En el caso de El almirez el señalamiento es preciso. El libro de Perilli es una historia de amor filial en cuyo centro se erige la figura de una madre asediada por fantasmas: “Agitada me cuenta que ha tenido una semana atareada con la dirección del imaginario colegio que se encuentra dentro de la casa. Desde la inanidad de su cuerpo, sueña que está dando clases de historia. Guarda con cuidado sus discursos, me muestra las láminas con las que enseñaba Historia del arte” (31). En este sentido, El almirez es, además, una declaración de amor al contar. Inscriptas en la tradición de Scheherezade de Las mil y una noches,la narradora y su madre cuentan cuentos a modo de una práctica afectuosa que desafía a la muerte: “Mi madre se repliega sobre sí misma, emplea todas sus fuerzas en crear historias que la ayudan a vivir. Ha construido una extensa novela acerca de una cantante y un panadero; viven en la casa vecina y le cantan óperas toda la noche” (49).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *