Por Federico Soler |
Dada la complejidad del autor, del que no contamos con una biografía, para poder cotejar con su escritura. Así como también, dada la carencia de análisis sobre las características de su obra literaria y el impacto cultural que significó la misma, me pareció oportuno y necesario realizar una trilogía, que logre abordar al Perrone de los márgenes. Sin pretender ser un exegeta y menos un erudito que promueva el legado de un Perrone literal.
Con el término trilogía comprenderé la realización de tres artículos dedicados al escritor tucumano que llegó a ser un éxito en ventas en nuestro país, en la convulsionada década del ´70, de forma inesperada y vertiginosa, como fue su vida.
En el primer artículo trataré al escritor como personaje marginal, en calidad de autor y narrador. Los siguientes artículos estarán referidos a sus dos novelas más renombradas y populares: “Preso común” y “Visita, francesa y completo”.
Perrone trabaja una escritura liminal, de las márgenes, con la singularidad de que, sin buscar el margen, termina acabando allí.
I. Perrone: un marginal textual
El Buby, más conocido como Eduardo Perrone (1940-2009), recorrió diferentes contextos sociales y estilos de vida. Desde una anodina clase media, pasando por la marginalidad de la cárcel, hasta conocer la fama del escritor de best seller, al punto de convivir con la reconocida guionista de cine Aida Bortnik (La Historia oficial, Caballos Salvajes, Tango feroz, entre otros guiones) y salir retratado en revistas de peluquerías junto a otros escritores de carácter popular como Jorge Asís, Enrique Medina u Osvaldo Soriano. En esos años de realismo explícito, desde principios de los 70 hasta finales de esa misma década, varios narradores abordaron temáticas crudas y marginales, pues era un tipo de literatura que encontraba una diversidad de lectores.
De la escritura de Perrone podemos afirmar lo que dice Artaud de su poesía, es “una experiencia de riesgo: mostrar al hombre tal cual es. Con su miseria, su odio y su grandeza”. Sus dos novelas más renombradas “Preso común” y “Visita, francesa y completo” lograron una masividad de ventas, consiguiendo que un tucumano, que no provenía del ambiente literario, académico, ni del periodístico, alejado totalmente de la movida cultural, adquiriese un renombre nacional por sus libros. A Eduardo Perrone lo leyeron amas de casa, camioneros, meseras, mozos, repositores de súper, gente alejada del ambiente literario y cultural. No sería de extrañar haya sido leído en cárceles y burdeles. Sus novelas contienen la potencia de ser autorreferenciales, en un lenguaje crudo y directo. La oleada francesa, encabezada por Jean Genet, Anaïs Nin y Violette Leduc, llegaba a las olvidadas orillas del Río de la Plata.
Pero Buby no provenía del mundo marginal, sino que era un anónimo de clase media, que al afrontar la prisión y su consecuente condena social, se convirtió en marginal. A partir de ser un preso común deviene marginal. Su estadía en la cárcel y su posterior estigmatización por haber permanecido en ella, lo condenó a padecer la marginalidad en carne propia.
De esta manera Perrone se convirtió en marginal por una contingencia del destino y en escritor por decisión. Quiso usar la literatura para limpiar su imagen, algo impensado en estos tiempos. Pero no solo era limpiar su imagen demostrando su inocencia, sino además encontrar un nuevo lugar en la sociedad que no estuviese asociado a la delincuencia y la marginalidad. Sin embargo, fue identificado en un lugar marginal dentro de la literatura reconocida por la academia y la corte de críticos. Aún así, tampoco pudo tolerar el renombre que le daba pertenecer a cierto grupo de escritores de notoriedad popular.
A la novela “Preso común” la empezó a escribir en la cárcel y, una vez que obtuvo la libertad, se fue a Buenos Aires con la inocencia de todos los escritores iniciáticos: creyendo que la publicarían por el único designio de ser una historia potente para ser leída. El acusado injustamente cuenta sus penurias de prisión. Ingenuo en su pensar, no tenía en cuenta los juegos del poder y las recomendaciones del ambiente literario porteño. Pero Perrone logró lo inesperado a fuerza de insistencia, viviendo en pensiones de mala muerte en el Buenos Aires de los 70. Nada podría ser más cruento que una cárcel perdida del norte; a esa experiencia ya la había superado. Así logró el éxito con prepotencia, como era su escritura.
En “Preso común” Perrone, y no solo el narrador, muestran su mirada social. Perrone no tenía una ideología anarquista o de izquierda. Por eso le colocó el nombre de “Preso común” a su novela, para diferenciarse del “preso político”. No quería que fuera relacionado en la efervescencia política de esos años, con algún partido de los que ponía en duda el poder democrático. Sería quedar en el ojo de la tormenta de militares y policías inquisidores. Dentro de las cárceles y comisarías, estaban diferenciados estos dos lugares, y el preso político cargaba con un estigma peor, pues para el personal policial era un paria, una amenaza contra el ser nacional.
Pero si en “Preso común” el narrador está interesado en mostrar su inocencia y las diferentes situaciones de violencia y pobreza que tuvo que experimentar de forma injusta e injustificada, en “Visita, francesa y completo” el narrador adquiere otro humor, se encuentra enojado contra la sociedad por su hipocresía. Aquí hay una crítica explícita a la doble moral burguesa. En “Visita” el narrador sale de la cárcel, y al no encontrar trabajo decente por el estigma de haber sido un preso común, se dedica a regentear mujeres para la prostitución, vender droga y vengarse de aquellos amigos que no lo ayudaron al salir de la cárcel. El narrador asume, de esta manera, una postura de decidida venganza. Su potencia textual emana de un resentimiento social que no puede terminar nunca de resolver en su vida, y lo llevará, una vez que deje las luces de la fama, a recluirse como un linyera que merodea las calles oscuras de Tucumán. En este caso el enfrentamiento con la sociedad es del escritor por algo que no consiguió resolver en su vida. Puede haber sido el sello de la cárcel que marca a fuego el espíritu del que pasa por ella. Reconocerse como un paria, un excluido social, donde se lleva las rejas por dentro. Y la reja aprieta siempre, señores.
Eduardo vivió sus últimos años pidiendo a amigos en la peatonal unos pesos para subsistir. También se lo encontraba en la bohemia tucumana ya en decadencia de la Peña “El Cardón”. A Perrone La Peña solía darle unas empanadas y una jarrita de vino, como a otros artistas olvidados. Por ese entonces no faltaban las noches que nos juntábamos junto con el escritor Lorenzo Verdasco para hablar de literatura o de la vida, que es lo mismo, compartiendo un vinito en jarra. Compartíamos charlas y lecturas de lo que cada uno escribía.
Cierta noche, Lorenzo se pidió un bife a caballo. Cuando Perrone lo vio comer con tanto entusiasmo dijo “es un poema verlo comer al Gordo”. Y era una expresión auténtica, era un poema contemplar la concentración de cómo Lorenzo devoraba ese lujurioso plato, quedándole la yema líquida de los huevos chorriándole por la comisura de los labios. En esas noches, Buby se ponía a contarnos algún cuento, que según él preparaba para su publicación.
Eduardo terminó sus días siendo un personaje marginal de una novela que no logró escribir, había perdido el registro de la autorreferencialidad, como una historia a ser disfrutada por otro. Solo sobrevivía alejado de toda romantización literaria de la marginalidad. Andaba con un cuchillo tramontina para defenderse de los peligros de la calle. No podía dormir tranquilo, pues su lugar era codiciado por otros linyeras que estaban sin lugar, al acecho de ese palacete. Y no contaba estas situaciones como hazañas de una novela, sino de cómo salvaba su pellejo noche a noche.
Así fue que Eduardo encontró la muerte el 18 de julio del año 2009, en una fragilidad marginal, como contaba en uno de sus cuentos, el pibe de los brillantes, un marginal que moría de frío detrás del casino de Tucumán. A Perrone no lo mató el íntimo cuchillo de algún envenenado linyera, sino que lo encontró la hipotermia que consume al pobre, en ese vagón helado que tenía como guarida y refugio. En ese vagón, que era un no lugar pero que sentía como propio y ajeno, ese quizás fuera su lugar de siempre, el único que consiguió tolerar: una celda pública y anónima sin barrotes.
Nació en San Miguel de Tucumán en 1976. Escritor y psicoanalista distópico. Formó parte del grupo literario que publicó la revista El astrolabio. Sus poemas y cuentos fueron publicados en diferentes antologías de nuestra provincia y de Buenos Aires. Realizó artículos que fueron publicados en portales informativos y de psicoanálisis. Tiene publicado el libro de poemas Cuerpo liminal (2017) por el Ingenio edita. Está preparado para la edición su libro de relatos Las chupilas. Su labor se aboca a la creatividad literaria y su difusión a través de lecturas poéticas en bares y centros culturales de diferentes provincias.
Un justo y necesario retrato de un a veces olvidado personaje de Tucumán: escritor y leyenda, Perrone marcó a generaciones de lectores, se impone un retorno..
REIVINDICAR LA LITERATURA DE EDUARDO PERRONE, SERÁ CONTINUAR HACIENDO JUSTICIA, AL HOMBRE EN SU TOTALIDAD. GRACIAS,
REIVINDICAR LA LITERATURA DE EDUARDO PERRONE, SERÁ CONTINUAR HACIENDO JUSTICIA, AL HOMBRE EN SU TOTALIDAD. GRACIAS,