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Un arcoirirs en la pared

Por Gabriela Palazzo |

Selección y presentación a cargo de Mónica Cazón

Tema: : La pandemia, hogar, y niños

De pronto la enfermedad nos interpeló, habitó nuestros espacios, nuestras vidas, se puso a jugar al arroz con leche en los patios. Las escuelas quedaron vacías; en los bares se dejó de resolver el mundo; mamá y papá comenzaron a pasar más tiempo en casa; las seños aparecían en la compu todo el día y las actividades diarias se llenaron de nuevas palabras, modos, maneras, juegos, entretenimientos. Dejamos de ver a nuestros abuelos, a los primos, los compañeros y alguien dijo coronavirus, muerte, neumonía, no respirar, oxímetro, azitromicina, tomografía, aislamiento, quietud, fiebre. Y los chicos miraron con asombro, mientras hablábamos de ellos, sin preguntarles.

Empezamos a esquivar a las personas, a tenerles miedo. Empezamos a comprender que vivir significa estar pendiente. Para hablar sobre el tema, La Papa invitó a Gabriela Palazzo, una docente, mami, que sí preguntó a los chicos. Bienvenida.


Un bicho así de chiquito de cabeza pinchuda vino a confirmarnos que sí hay enemigo pequeño. Nos mandó a guardar sin ensayos, sin chistar y a los ponchazos. Con el año apenas inaugurado todo lo que nos parecía normal se puso en suspenso, primero, y pasó a remodelación, después. El léxico cotidiano se fue reconfigurando a ritmo covidizante en una burbuja de palabras inusitada y a tono de esta atmósfera de ciencia ficción: pandemia, sanitizar, vacuna, barbijo, hisopado (o su versión local “lisopado”), distanciamiento social, virtualización, respirador, saturación, protocolo, etc. con el trasfondo siestero del ya entrañable masitero y sus ocho variedades de masas, por toda la ciudad. De la galera virtual tuvieron que salir conejos prestos a suplantar los espacios de interacción presencial momentáneamente inhabilitados y así, sin distinción de género, capacidad, edad, región geográfica o recursos económicos hubo que darse maña y aprender (o aprender más) a usar esa batería digital de aplicaciones, plataformas y demás. El canchero home office fue más bien un eufemismo de la lucha y conquista del espacio y los medios electrónicos dentro de la casa, que de pronto se vio metida en un conflicto de identidad múltiple: ¿oficina, escuela, sala de reuniones, consultorio…?

Pero en este contexto, simplemente esbozado aquí,algo nos ha mostrado esta desgastante cuarentena, en toda su crudeza: la inmensa capacidad de aguante de los más chicos, su responsabilidad cívica y esfuerzo de adaptación. Nadie les preguntó si este cambio en la rutina y en su mundo conocido les venía bien. Nadie los preparó para el encierro, la desconexión física de sus amistades, primos, abuelos, vecinos y compañeros. No llegaron ni a la primera lavada del delantal y los zapatos del primer día de clase, con una sola puesta y olor a nuevos, duermen en la caja con destino de herencia para otros pies. Han tenido que lidiar con una maraña de emociones difíciles de nombrar, pero latentes y evidentes en los ojos y el ánimo. Pero, así y todo, han sido los más atentos a cumplir con todas las recomendaciones y se tomaron en serio la palabra “cuidar”.

“La infancia es un mágico lugar de sueños donde todo es posible y lo mejor recién empieza” decía la frase de un póster la habitación de uno de mis hermanosy que leí cientos de veces.  Había dos nenitos de espaldas, metidos en un barquito de madera, sobre una pequeña colina. El mayor abrazaba al más chiquito y miraban al horizonte de su destino en ese viaje de fantasía.  Esta imagen de la maravillosa impunidad de la imaginación, de su libertad -navegar en tierra-  que abonó las certezas de mi niñez es como el arcoíris sobre nubes de algodón  pintado por nuestro hijo de cinco a mediados de marzo y que pegó en una pared del comedor. La posibilidad de lo imposible: el barco en tierra, el arcoíris bajo techo, es capital simbólico de la infancia y su arma más poderosa, más eficaz. Porque es así como han ido capeando el empacho de pantallas, la circularidad o hastío del encierro, la soledad en tardes soporíferas, los “esperá que ya termino esto y te escucho”, la escolarización  virtual de presencias planas, el afecto arreglándoselas en emojis, el pasillo como cancha de fútbol, los cumpleaños por videollamada, la preocupación mal disimulada de mamá o papá; la espera de que alguien en la casa tenga tiempo para jugar a falta de patio, recreo, calle y parque. Una capa sutil que se despliega cuando se va cerrando el día y las preguntas angustiadas se susurran, cuando los miedos enquistados en titulares, noticias y  audios de whatsapp aprovechan la guardia baja y los – nos –hacen tambalear.

La niñez garabatea la esperanza en tiempos de pandemia. Un arcoiris en la pared es lo mejor que recién empieza.


Gabriela Palazzo nació en San Miguel de Tucumán el 16 de diciembre de 1974. Es  profesora y  doctora en Letras (Facultad de Filosofía y Letras, UNT);  docente de las carreras de Letras y Ciencias de la Comunicación e investigadora del Conicet. Se ha especializado en el estudio de juventudes en relación con el ciberespacio, los medios de comunicación y la literatura. Es autora del libro La juventud en el discurso: representaciones sociales, prensa y chat (2010) y artículos científicos. Desde hace tiempo se dedica a escribir textos literarios breves que conforman un volumen inédito de próxima publicación.

8 respuestas a “Un arcoirirs en la pared”

  1. Rodolfo Lobo Molas dice:

    Desde que leí tu primer posteo en internet supe que estaba frente a una enorme escritora, que refleja su mundo íntimo con una calidez, una exquisitez y una humildad propia de los grandes. Tu manera de decir las cosas, tu uso sublime del idioma usando la palabra justa para cada expresión, llegando al alma del lector, son alguans de tus virtudes que crecen dia a dia, como crece la vida. Me enorgullezco de vos, prima querida. Y como te dije hace años, es hora ya de que conozcamos tus textos litearios que son un canto de amor a la vida. Te envío un beso enorme desde Catamarca.

  2. Susana Gianfrancisco dice:

    Muy interesante análisis de la pandemia y los niños. La verdad es que son unos héroes aunque nadie les preguntó que sentían y qué querían.

  3. laura silvina rodriguez dice:

    no te guardaste nada en cada relato, el mundo tuvo que aprender de lo imprevisible, a vivir el hoy sumergido en la incertidumbre, y los niños nos enseñaron muchisimo, son los heroes en miniaturas, donde se amoldaron a cada circunstancias en estos meses.

  4. Olga Palazzo dice:

    Emocionante, hermoso, proyección del arcoiris de la familia de Gabriela y Diego. muestra de amor, generosidad y esperanza. ¡Gracias!

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