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ISSN 2684-0626

 

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Escenas de lectura

Por Sonia Saracho, Alejandro Llanes y Jorgelina Chaya |

Introducción

Las escrituras autobiográficas propician experiencias vitales y de formación profesional inicial y continua. Sostemos esta certeza y continuamos hoy como equipo de cátedra[1] presentándoles estas “escenas” que configuran verdaderos espacios de autorreflexión en y para la formación docente. Este profundo encuentro con las narrativas de nuestr@s estudiantes permite construir una trama de voces que reflejan distintas relaciones y acercamientos a y con la lectura, las lecturas de literaturas y sus disímiles encuentros –traumáticos, luminosos, reveladores-; prácticas silenciosas, silenciadas o polémicas, encuentros con lectores nóveles y/o con mediadores culturales que intervinieron en la vida de quienes ahora nos narran estas escenas.

Es en estas ocasiones en las que sentimos que la escritura construye los trayectos vitales de nuestros estudiantes y son estos fragmentos de la memoria los que nos llevan a reflexionar sobre los modos y relaciones que tenemos con “el” mundo, un mundo subjetivo -familiar, escolar, cultural, social- mediado por nuestras lecturas.

Pensar en la escritura de las prácticas es pensar en un sujeto que observa, que recuerda y que escribe, que escribe para comprenderlas, que actúa para producir cambios que considere pertinentes y posibles para la transformación. En este sentido:  

Una de las líneas posibles para recuperar una mirada compleja sobre la práctica y su modo de relacionarse con la producción teórica son aquellas experiencias de reflexión sobre la práctica que proponen a la escritura como dispositivo interesante. Una investigación socioantropológica que, tomando la experiencia de la etnografía, asume las escrituras como forma de conocer las prácticas sociales, en este caso, escolares. (Bombini, G., 2012). 

Ponemos por tanto en primer lugar a ese sujeto que son nuestr@s estudiantes, con sus historias y sus relaciones con la cultura escrita. En los talleres de escritura los atravesamientos son puestos ante sus ojos, ya que luego ell@s mism@s serán interpelad@s por otr@s sujet@s y nuestro trabajo depende de ello. Esta convicción de una didáctica sociocultural ubica a l@s sujet@s más allá de una clase de lengua… coloca a su “yo” en primer lugar, a la escritura del “yo” como primordiales para construir pensamiento crítico en los distintos escenarios de enseñanza que transitan.

Asimismo es importante ubicar a estas escrituras como parte de un colectivo social, una “comunidad de lectores” (Chartier, 2002), un sujeto que lee y escribe dentro de un colectivo diverso, que refleja o desenmascara prácticas de enseñanza y establece relaciones con los hechos con otros sujetos -sus compañer@s- y con las reflexiones de su campo de estudio (la didáctica de la lengua y la literatura y sus prácticas). La escritura es un “mundo compartido” que intenta una “concepción del curriculum más abierta con la sociedad” (Litwin, 2006). Esto es: diversificar la construcción de “género de escritura de la formación docente” y asignarle un valor teórico a estas escrituras de las prácticas.  

En este primer número del 2023 queremos compartir la segunda entrega de esta Serie de “Escenas de lectura” escritas por estudiantes de la cohorte 2021. Como ha pasado un tiempo desde su escritura, también queríamos preguntarle a Sofía*, su autora, algunas cuestiones entorno a distintos pasajes de esta escena para poder pensarla a casi dos años de su escritura… L@s invitamos entonces a leer y/o escuchar su escena de lectura y algunas preguntas sobre las que se profundizan aspectos entorno a la lectura.

ESCENA DE LECTURA

Por Sofía Aldana Retuerta |

De cuando descubrí que leer es compartir

Fue hace poco, dos años, por esta época del año, en la primavera del 2019. Revisando mi pasado, pudiese haber elegido tantos encuentros con la lectura, encuentro que me atravesó tantas veces, y siempre de forma distinta. Es necesario contarles que durante toda mi vida me las vi con un inquietante sentimiento de soledad, de ser yo y sólo yo: yo con mis pensamientos, yo con mis emociones, yo con mi cuerpo… y durante el encuentro con mis padres, o con mis pares hermanos, amigos, primos, si bien me sentía en comunión, sumergidos todos en el juego con el presente, en algún momento me encontraba nuevamente con la soledad.

Y pienso, ¿en qué momento la lectura se convirtió en un puente para atravesar esa soledad? Por suerte, con mis dos hermanos nos criamos rodeados de libros de todo tipo que mi mamá nos regalaba y leía. Y si bien a lo largo de mi vida abandoné la lectura en varios momentos, los libros nunca me abandonaron a mí porque siempre me sentí seducida por ellos, por ese aire de misterio que despedían las hojas cada vez que abría uno y, aunque no lo leyese, ese aire me anunciaba que eran entes importantes, y les dedicaba respeto y devoción. Qué iba a saber la Sofía niña y la adolescente que más adelante iba a comprometerse de por vida con la lectura. Pero el pacto creo que ya estaba hecho desde siempre.

Me di cuenta tarde, fue hace poco, dos años, por esta época del año, en la primavera del 2019. Éramos tres amigas que se reunían en las plazas de Barrio Sur a leer cuentos por la tarde, a veces íbamos a la Plaza San Martín, otras a la Plaza Belgrano. Con las mochilas cargadas de libros, nos sentábamos en el pasto, desparramábamos los libros por el suelo y empezábamos a compartir mates y lecturas. La idea era leer en voz alta, porque estábamos convencidas que leer era contar, creíamos que la lectura nos conectaba con un ritual ancestral humano, nos imaginábamos un pasado homo en donde contar historias míticas y mágicas significaba sentarse alrededor del fuego y su poder de comunión. Y paralelo a este viaje, nos habíamos propuesto realizar otro, no menos sagrado: volver a la infancia.

Tres mujeres jóvenes, nos hallamos niñas al descubrir la llamada literatura infantojuvenil. Porque los libros que leíamos en las plazas, por la tarde cuando mermaba el sol y el calor, eran libros que la sociedad adulta llama infantiles. Y ahí estábamos nosotras, leyendo, escuchándonos y riendo, bañadas del presente de las palabras y las emociones que con el libro generábamos. Nos volvíamos presente en un mundo adulto que exige ir rápido, pensar a futuro, prever el paso siguiente para nunca jamás tropezar.

Con la lectura en voz alta podíamos jugar con nuestras voces: jugábamos a leer cuentos con voces y tonos que no sabíamos que podíamos hacer, y esto era sumamente necesario porque teníamos que seducir con la voz y perder la vergüenza de decir fuerte y con sentimiento palabras extrañas como AÑAMEMBUY! Nuestros favoritos eran los cuentos del sapo de Gustavo Roldán, nos encontrábamos con los animales del Monte chaqueño reunidos alrededor de Don Sapo contador de cuentos. Ahora pienso que nos gustaban tanto esas historias que tratábamos de imitar el ambiente del monte en que los animales no sólo escuchaban las historias de Don Sapo, sino que también interrumpían y debatían.

Un día se nos ocurrió hacer algo distinto, queríamos compartir con niños, porque nos sentíamos como niñas, o sentíamos que los niños eran los únicos que espontáneamente iban a acercarse a escuchar cuentos y compartir la emoción por las historias que tanto nos gustaban. Para esto hicimos un colorido cartel con afiches y brillantina que decía bien grande “CUENTOS GRATIS AQUÍ”, fuimos a la Plaza Belgrano y nos sentamos en el pasto con nuestro despliegue de libros por el suelo. Se acercaron dos niñas y empezó la magia de compartir la lectura, las miradas, de poner la voz y el cuerpo, con todos los sentidos bien dispuestos a ese asunto serio y divertido a la vez de escuchar y debatir si Don Sapo decía la verdad o quería engañarnos.

Leer es contar, es contarnos, leernos, compartir experiencias y mundos. Hay libros que cuentan, dicen, interpelan, ya sea en la silenciosa lectura en la intimidad, ya sea en la lectura en voz alta en ronda en una plaza. A mí me hizo falta llegar hasta los 24 años para sentir en lo más profundo de mi ser que a través de la lectura podía sortear esa soledad insondable que me inquietaba, y que aún me inquieta. Ahora creo firmemente y para siempre que escribir y leer son instrumentos mágicos del alma humana para expandirse, para ser otro, ser plaza, monte, sapo, tigre, gato, casiperro, árbol, agua, estrella.

Me hizo falta llegar a los 24 años y encontrarme con hermosas mujeres dispuestas a realizar el mismo viaje de volver a la infancia, a aquél tiempo en donde se vivía el presente. Por esto hoy tengo la convicción de que hay lecturas que nos transforman y que un gran acto de amor es compartir esa transformación, para mí, a través de la lectura en voz alta, alzando la voz, compartiendo emociones, conectando con ese pasado sagrado de la especie y de la infancia, en donde el cuerpo, la mirada, la lectura eran parte del ritual sagrado humano de contarnos y leernos, citando a Borges:

sencillamente ser admitidos

como parte de una Realidad innegable,

como las piedras y los árboles.

(“Llaneza”, en Fervor de Buenos Aires, 1923)

Sofía Aldana Retuerta , 31 de octubre de 2021.

– Vos hablás en tu escena de un “encuentro con la lectura” y mencionás la soledad como un estado del que la lectura te sacaba; ¿ha cambiado algo en esa relación con el tiempo; se han agregado otros estados o sensaciones en esos encuentros; cómo fue con la Pandemia, por ejemplo?

Sí claro, si bien la experiencia de lectura en sí misma es siempre distinta, a lo largo de mi vida y mis estudios la relación fue cambiando mucho y la que hoy practico tiene que ver con una idea de transformación, en muchos sentidos. Creo que cuando leemos un texto con compromiso debemos ser mínimamente conscientes de que esa experiencia tiene el poder de atravesarnos de forma integral. Lo interesante es que eso no nos pasa en cualquier momento con cualquier texto, ya que más que de textos o lectores particulares, creo que se trata más bien de encuentros y de un contexto social e individual que lo hace posible o no, y el poder de transformación de ese encuentro es contingente. Justamente en estos años pandémicos hemos vivido cómo las experiencias de lectura se han trastocado, irónicamente, el órgano que desarrollamos para hablar y socializar en ese momento podía ser signo de enfermedad y muerte. Cuando hice la residencia en el 2021 el uso de barbijos era permanente y era bien inquietante no conocerles las caras a las alumnas y que el sonido de su voz, de sus lecturas y de los sentidos que socializaban no tengan la amplitud y libertad físicas con que habitualmente circulaban… Creo que es clave entender la lectura como un proceso de interpretación de múltiples discursos que exige una toma de posición respecto a lo leído, siempre adherimos o rechazamos una idea o emoción, seamos conscientes o no y expresamos nuestra posición con todo el cuerpo. Si las instituciones escolares históricamente se caracterizan por  limitar el movimiento del cuerpo imponiendo un orden de conducta, en este contexto pudimos vivenciar cómo la expresión de la subjetividad a través del habla en la lectura se veía aún más coartada, instintivamente una de las mejores opciones para contrarrestar esta limitación fue intensificar los gestos con los ojos y las manos y la prosodia, o sea, aquello que en el discurso académico solemos llamar “extralingüístico”, lo cual me parece un reduccionismo fatal porque parte de un enfoque que sesga nada más y nada menos que la corporalidad y las emociones que son inherentes al lenguaje.  

Sabemos que la lectura como proceso tiene sus mecanismos mentales, los que usamos para “leer el mundo”, pero se habla mucho menos de la dimensión axiológica, emocional y pragmática de las experiencias de lectura, y en esencia se trata de hacer cosas, de qué hacemos con esas lecturas y qué nos hacen esas lecturas a nosotros. Creo que interpretar discursos de forma crítica está muy bien y es necesario, pero esa interpretación no está completa o pierde mucho de su poder si no procesamos con nuestras emociones lo leído y si no lo sentimos en el cuerpo. También leer se trata mucho de reconocernos en los demás seres, de encontrarnos en sus discursos o de encontrarnos con los discursos que nos habitan. Particularmente, la lectura de literatura en comunidad creo es una experiencia que pone en evidencia a la lectura como lo que es en esencia: personas reunidas que comparten afinidad por escuchar y contar historias, así como nos imaginamos que lo hacían los ancestros. Leer en voz alta para otros empodera porque compromete cuerpo y espíritu, es decir la singularidad del ser ante la comunidad, es un acto político.

– La experiencia de leer en voz alta y en las plazas para otr@s, ¿la pudiste repetir, replicar o realizar en otros escenarios/contextos?

La experiencia de leer en la plaza a niñxs randoms nació de varios encuentros y todos tienen que ver con el deseo de recuperar la vivencia de la infancia, hacerla más consciente y abrazarla. De repente estaba cursando Literatura Infantil y Juvenil en la facultad con mi amiga y compañera, esa cursada nos revolucionó un montón porque teníamos muchas preguntas y mucha sensibilidad para encontrar respuestas en las infancias, tanto a través de la llamada “literatura infantil”, como también en los niñxs con los que interactuábamos y en las niñas que fuimos en el pasado. Después se sumó otra amiga, con la que tuvimos la experiencia en la plaza, pero nunca hubo una intención de replicar esa experiencia, todas las que sucedieron antes y después fueron distintas, se trataba de un deseo espontáneo de compartir los cuentos que nos gustaban, creo que las tres necesitábamos volver a sentir como sienten los niñxs, instaurar un tiempo de juego y suspensión del tiempo. Pero ese año nos leíamos en voz alta un montón, llevábamos siempre libros en la mochila y les leíamos a mucha gente de distintas edades y en contextos varios, nosotras andábamos medio modo juglares y casi siempre queríamos leer y solazar, y lo proponíamos, era un juego, y jugábamos comprometiendo nuestro ser porque sabíamos lo que implicaba leer en voz alta para otros, y queríamos saber más.

– Vos planteas esas «lecturas compartidas» como un acto de amor, acto en el que el cuerpo está muy comprometido, ¿cómo creés que es la lectura hoy cuando el objeto libro y el cuerpo mismo están ocupando posiciones diferentes y que involucran además otros dispositivos?

Creo que la lectura compartida hoy no depende tanto de la materialidad, si es un libro, celular, e-book, lo que sea, la escritura en tanto tecnología humana siempre fue múltiple, multimodal, y reclamó por lo tanto múltiples formas de leer, según los distintos contextos, instituciones y fines con que se practique la lectura. Creo que la cuestión no debe centrarse en los dispositivos en sí y sus cualidades particulares, sino en la concepción del lenguaje que sostenemos a la hora de tener una experiencia de lectura compartida.  En un sentido general, paradigmático, considero que el cuerpo o más bien las corporalidades son todavía un tema tabú en la reflexión teórica y en las prácticas docentes. El lenguaje que usamos para hablar del cuerpo está demasiado adecuado al discurso académico, que es un discurso más de tipo “mental”, tendiente a la racionalidad, la cual, por lo general, no incluye la expresión de las emociones y la expresión del ser en general a través del cuerpo. La concepción de lenguaje que sostenemos evidencia ésto, creo, tendemos a enfocarnos en la manifestación lingüística de los discursos escritos, de su estructura, y si bien lo hacemos desde un punto de vista social y cultural, hacemos abstracción de los sujetos concretos que hablan, escriben, se expresan simbólicamente de formas múltiples, sujetos que en primera instancia y exceptuando ciertas condiciones médicas, se expresan de forma oral a través del cuerpo.

Pienso que en esta sociedad, si la lectura leída en voz alta y el poder de comunión que implica no son actividades que en su mayoría las personas elijan, es porque el paradigma en torno a los estudios del lenguaje y en las prácticas docentes, todavía se centra mucho en los discursos escritos, y eso debe tener que ver con que a la hora de socializar la lectura de esas escrituras, de proponer e intercambiar sentidos, hay mucha inseguridad y vergüenza a la hora de expresar lo que uno piensa-siente, porque de entrada ya hay vergüenza a leer como uno siente-piensa. Hay desconocimiento general del papel del cuerpo en la lectura, de su poder de persuasión y de liberación también, en tanto que el movimiento es expresión y reclama uso del espacio, y el poder de comunión está ahí, al modo ancestral, en ronda sentados en el piso, enraizados, con la confianza de ocupar un espacio entre los demás, sentir el calor del fuego, de ser parte de la fiesta de sentidos que emergen después de que se cuenta algo en voz alta.

En la siguiente pista pueden escuchar el relato de Sofía para Escenas de Lecturas:


* Me llamo Sofía Aldana Retuerta, tengo 27 años, mido 1.55 cm, peso aproximadamente 55 kg. Nací en septiembre en Tucumán. Sigo creciendo en el sol, vivo. Investigo el lenguaje y el movimiento desde una perspectiva pragmática y ancestral.


[1] Didáctica Específica y Residencia Docente en Lengua y Literatura (Fac. de Fil. y Letras, UNT)

Una respuesta a “Escenas de lectura”

  1. Angel dice:

    Que bella lectura, quizás no sea el lugar, quizás si pero hubo algo de respuesta mística en leer lo que la lectura produce en quienes leemos, me sentí contenido y comprendido. Gracias

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